Page 92 - De Victoria para Alejandro
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         color que decía Antonia, su madrastra, que más le                   hombres  de  las  legiones  fuesen  preferentemente
         favorecía porque hacía más verdes sus ojos.                         sirios o de alguna otra provincia cercana con resen­
                 Se irguió, ansiosa.                                         timientos contra los judíos; así estaba garantizada
                 -¿Como  estoy,  Prisca?  Quiero  parecer                    la fidelidad de las legiones y el odio entre la tropa
         muy romana.                                                         y los judíos.
                 -Preciosa, niña, estás preciosa. Ten cuida­                          Al ver a Victoria, se cuadró
         do;  tú no vales para disimulos y he oído que este                           -¿Qué deseas, noble señora?
         procurador es un mal hombre.                                                 -Hablar con el procurador  Gesio  Floro.
                 Victoria avanzó despacio hacia la guardia                   Soy Victoria Cornelia,  hija del senador Cornelio.
         de la Torre. Lamentaba no haber podido traer una                             El hombre volvió a saludar.
         litera,  pero confiaba en  que los centinelas,  sirios                       -Voy a ver si puede recibirte.
         casi todos, no advirtieran que una dama romana no                            Llamó a uno de los soldados y le habló en
         solía ir andando vestida de gala.                                   voz baja. El soldado marchó al interior de la torre
                 Se dirigió a uno de los hombres con alti­                   y el hombre se volvió a Victoria.
         vez,  hablando en su mejor griego,  segura de que                            -¿Quieres pasar al puesto, dómina Victo­
         aquel hombre ignoraba el latín.                                     ria? Estarás mejor que ahí fuera al sol. Hace calor.
                 -¿El  jefe  de  la  guardia?  Deseo  hablarle.                       Victoria pasó al interior del patio seguida
                 -¿Para qué?                                                 de Prisca. En seguida el soldado regresó y acompa­
                 La vieja Prisca intervino.                                  ñó  a  Victoria  y  a  Prisca  hasta  una  gran  sala de
                 -Mi señora no habla con soldados.                            mármol.
                 Salió el jefe de la guardia, ajustánd9se el                          Gesio Floro, un hombre con aspecto ma­
         cinturón del uniforme. Debía de estar durmiendo,                     cizo, moreno, de ojos oscuros y pelo muy corto al
         pues tenía los ojos hinchados. Era un hombre muy                     estilo romano,  les salió al encuentro.  Llevaba una
         moreno, de pelo rizado y larga nariz; sin duda uno                   túnica  con  franjas  doradas,  manto  de  púrpura  y
         de aquellos voluntarios de las legiones* que al fin                  sandalias con piedras preciosas incrustadas en las
         de su servicio conseguían la ciudadanía romana y                     tiras  de  cuero.  Tenía  una  expresión  astuta  en  la
         un poco de tierra en propiedad. Los generales ro­                    mirada.
         manos eran expertos en mezclar las razas.  Un ex­                            -Bienvenida,  dómina  Victoria  -hablaba
         tranjero  en  un  país  dominado  se  aferraba  a  sus               un latín bastante bueno aunque con algo de acen­
         jefes.  En  Palestina,  la  política  mandaba  que  los              to-. En Roma saludé una vez a tu padre, el sena-
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