Page 53 - De Victoria para Alejandro
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"                      Seis                    ,.


















                                                                                     Entró despacio en la sala; sentía el estóma­
                                                                             go encogido de respeto. Allí, en aquel lugar, Jesús
                                                                             se había reunido con sus amigos para despedirse y
                                                                             hacer su última comida. Era una habitación senci­
                                                                             lla, bastante amplia, de paredes encaladas y baldo­
                                                                             sas de barro cocido en el suelo; una ventana abría
                                                                             sobre el patio. Los muebles propios de un comedor
                                                                             habían desaparecido;  sólo  quedaban banquetas y
                                                                             bancos arrimados a las paredes y un armario donde
                                                                             se debían de guardar rollos de pergamino.
                                                                                     La  mujer  que  había  abierto  la  puerta  le
                                                                             dijo:
                                                                                     -Aguarda aquí; enseguida te recibirán.
                                                                                     Victoria se dirigió a uno de los bancos y se
                                                                             sentó.  Con  los  ojos  muy  abiertos  parecía  querer
                                                                             empaparse  del  ambiente;  recordaba  lo  que,  muy
                                                                             niña, le habían contado su abuelo y el propio Pa­
                                                                             blo, lo que escuchara en tantas celebraciones de la
                                                                             iglesia, lo que había dicho Marcos y que ella misma
                                                                             había escrito.
                                                                                     La voz de un hombre la sobresaltó.
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