Page 57 - De Victoria para Alejandro

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-Y o siempre fui un campesino y de estas
cosas no entiendo; no como mi primo Santiago, ni
como el Señor. ¿Qué es?
-Una copia del Evangelio. Marcos fue re­
copilando la vida y las palabras de Jesús que se 1
explicaban en las reuniones; los testigos se mueren
y a veces se cambia alguna cosa; así que se ha
puesto por escrito para que todos puedan cono­
cerlas.
-Aquí todos las recordamos. Nosotros he­
mos contado siempre con numerosos testigos que
viven todavía y que nos relatan lo que vieron y
oyeron. Los judíos no hemos necesitado nunca de
palabras escritas para tener presente la historia de
nuestro pueblo.
Cogió el rollo de pergamino y lo guardó en
su estuche decorado con dibujos en rojo y dorado.
-De todas formas, lo aceptamos como un
presente de vuestra iglesia.
Victoria sacó un bolsillo que tintineó sobre
la mesa.
-También envían un donativo para vues-
tras viudas.
-Nosotros somos la iglesia de los pobres;
nuestras viudas pasan hambre. No hay riqueza ni
prosperidad estos años en Jerusalén, pero a pesar
de todo, no podemos contaminarnos con el oro de
los gentiles*.
-Es un donativo de los hermanos, obispo
Simeón. Algunos son tan pobres como vosotros.
Lo han ahorrado de su trabajo. Es un signo de
fraternidad. Podéis aceptarlo sin contaminaros.
-Acompáñame a la asamblea, hija. Los
hermanos ya deben estar reunidos. Daremos gra­
cias al Señor por tu llegada.
En Jerusalén, día octavo
de los idus de mayo. Es primavera
De Victoria a Alejandro en casa de Pompilio.
Salud
Querido Alejandro: Ya he conocido a los
hermanos de la iglesia de Jerusalén. Son muy piado­
sos y muy judíos*. Todavía sienten la falta de San­
tiago, el hermano del Señor-*, al que algunos, paga­
dos por los saduceos, han matado a pedradas, aun­
que todos reconocían que era un hombre justo. Me
costó trabajo entrevistarme con el obispo, que es
también pariente del Señor; no te puedes imaginar el
aislamiento de las mujeres en esta tierra,· comen,
viven y rezan en un mundo aparte del de los hom­
bres, ante los que se presentan cubiertas con el man­
to so pena de que las consideren de poca virtud.
Ofrecí al obispo la copia del rollo del Evangelio de
Marcos; naturalmente no les he dicho que el escriba
era yo. Lo aceptaron cortésmente, aunque el obispo
me dijo que no creía que tuviese mucha utilidad para