Page 58 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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deshacer_ la cama, sola ya, miró un rato extrañada el A LA DERIVA
almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el
almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre él. En
efecto, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había El hombre.pisó algo blanduzco y enseguida sintió la mordedu
dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. ra en el pie. Saltó adelante y, al volverse con un juramento, vio
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta, después una yararacusú, que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro
de un rato de inmóvil observación. ataque.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán. El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos
La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el
se quedó mirándolo, lívida y temblando. Sin saber por qué, machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más
Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete
-¿Qué hay?-murmuró, con la voz ronca. cayó en el lomo, dislocándole las vértebras.
-Pesa mucho-articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo
con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó la funda y nacía de los dos puntitos violetas y comenzaba a invadir todo
envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta
dio un grito de horror con toda Ja boca abierta, llevándose las su pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y
manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, siguió por la picada hacia su rancho.
moviendo lentamente las patas velludas, había un animal El dolor en su pie aumentaba, con sensación de tirante
monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado, abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes
que apenas se le pronunciaba la boca. puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la
Noche tras noche, desde que Alicia había caído en cama, herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con
había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed
a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era quemante, le arrancó un nuevo juramento.
casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda
había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven de un trapiche. Los dos puntitos violetas desaparecieron ahora
no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía
cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia. adelgazada y a punto de ceder, de tensa. El hombre quiso
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio ha llamar a su mujer y la voz se quebró en un ronco arrastre de
bitual, llegan a adquirir, en ciertas condiciones, proporciones garganta reseca. La sed lo devoraba.
enormes. La sangre humana parece serles particularmente fa -¡Dorotea!-alcanzó a l anzaren un estertor-. ¡Dame
vorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma. caña!
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