Page 146 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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haber hallado la solución, que sería ésta: María El vira, en su              María Elvira se sonrió a su vez.
         fiebre, soñaba que estaba despierta. ¿A quién no ha sido dado                -Usted sí; pero yo no, ¡le aseguro!
         soñar que ystá soñando? Ninguna explicación más sencilla,                    La madre la miró con tristeza:
         claro está.                                                                   -¡Pobre mi hija! CuaId pienso en los disparates que
                                                                                                           \ �
              Pero cuando por pantalla de ese amor mentido hay dos                se te han ocurrido ... En fin. �e volvió a mí con agrado-:
         ojos inmensos, que empapándonos de dicha se anegan ellos                 Usted es ahora, podríamos decir, de la casa, y le aseguro que
         mismos en un amor que no se puede mentir; cuando se ha visto             Luis María lo estima muchísimo.
         a esos ojos recorrer con dura extrañeza los rostros familiares,              El aludido me puso la mano en el hombro y me ofreció
         para caer en extática felicidad ante uno mismo, pese al delirio          cigarrillos.
         y cien mil delirios como ése, uno tiene el derecho de soñar toda             -Fume, fume, y no haga caso.
         la noche con aquel amor -o seamos explícitos: con María                      -¡Pero,  Luis  María!  -le  reprochó  la  madre,
         Elvira Funes.                                                            semiseria-. ¡Cualquiera creería al oírte que le estamos di­
             ¡Sueño, sueño y sueño! Han pasado dos meses, y creo a                ciendo mentiras a Durán!
         veces soñar aún. ¿Fui yo o no, por Dios bendito, aquel a quien               -No,  mamá;  lo  que  dices  está  perfectamente  bien
         se le tendió la mano, y el brazo desnudo hasta el codo, cuando           dicho; pero Dur?.n me entiende.
        la fiebre tornaba hostiles aun los rostros bien amados de la                   Lo que yo entendía era que Luis María quería cortar con
        casa?¿Fui  yo o  no  el que apaciguó  con sus ojos,  durante              amabilidades más o menos sosas; pero no se lo agradecí en lo
        minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de               más mínimo.
        mi María Elvira?                                                               Entretanto, cuantas veces podía, sin llamar la atención,
             Sí, fui yo. Pero eso está acabado, concluido, finalizado,            fijaba los ojos en María Elvira. ¡Al fin! Ya la tenía ante mí,
        muerto, inmaterial, como si nunca hubiera sido. Y, sin embar­             sana,  bien  sana.  Había  esperado  y  temido  con  ansia  ese
        go ...                                                                    instante. Había amado una sombra, o más bien dicho, dos
             Volví a verla veinte días después. ya estaba sana, y cené            ojos y treinta centímetros de brazo, pues el resto era una larga
        con ellos. Hubo al principio una evidente alusión a los desva­            mancha blanca. Y de aquella penumbra, como de un capullo
        ríos sentimentales de la enferma, todo con gran tacto de la               taciturno, se había levantado aquella espléndida figura fres­
        casa, en lo que cooperé cuanto me fue posible, pues en esos               ca, indiferente3/ alegre, que no me conocía. Me miraba como
        veinte días transcurridos no había sido mi preocupación me­               se mira a un amigo de la casa, en el que es preciso detener un
        nor pensar en la discreción de que debía yo hacer gala en esa             segundo los ojos cuando se cuenta algo o se comenta una
        primera entrevista.                                                      frase risueña. Pero nada más. Ni el más leve rastro de l_o
             Todo fue a pedir de boca, no obstante.                               pasado,  ni  siquiera afectación de no mirarme,  con lo que
            -Y usted-me dijo la madre sonriendo-, ¿ha descan­                     había yo contado como último triunfo de mi juego. Era un
        sado del todo de las fatigas que le hemos dado?                           sujeto-no digamos sujeto, sino ser-absolutamente desco­
            -¡Oh, era muy poca cosa! ... Y aún -concluí riendo                    nocido para ella. y Piénsese ahora en la gracia que me hacía
        también- estaría dispuesto a soportarlas de nuevo ...                     recordar mientras la miraba, que una noche esos mismos ojos


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