Page 144 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-Soy feliz. -Se sonrió.
              -Sobre todo lo último, ¿eh? -he agregado a guisa de                       Pasado un momento sus ojos me llamaron de nuevo, y
         comentario-. El objeto de toda esta charla es éste: que no                me incliné otra vez.
         vaya  yo  jamás  a  creer  que  María  Elvira  siente  la  menor               _ry después  ... -murmuró apenas,  cerrando los ojos
         inclinación real hacia mí. ¿Es eso?                                       con lentitud. Creo que tuvo una súbita fuga de ideas. Pero la
              -¡Claro! -Se ha encogido de hombros el médico-.                      luz, la insensata luz que extravía la mirada en los relámpagos
         Póngase usted en el lugar de ellos  ...                                   de  felicidad, inundó de nuevo sus ojos. Y esta vez oí  bien claro,
              Y  tiene  razón  el  bendito  hombre.  Porque  a  la  sola           sentí claramente en mis oídos esta pregunta:
         probalidad de que ella  ...                                                    -Y cuando sane y no tenga más delirio  ...  , ¿me querrás
              Anoche cené en lo de Funes. No era precisamente una                  todavía?
         comida alegre, si bien Luis María, por lo menos, estuvo muy                    ¡Locura que se ha sentado a horcajadas sobre mí cora­
         cordial conmigo. Querría decir lo mismo de la madre, pero por             zón! ¡Después! ¡Cuando no ten \;,,ás delirio! ¿Pero estába­
                                                                                                             �
         más esfuerzos que la dama hacía para tornarme grata la mesa,              mos todos locos en la casa, o había allí, proyectado fuera de mí
         evidentemente no ve en mí sino a un intruso, a quien en ciertas           mismo, un eco a mi incesante angustia  del después?¿  Cómo es
         horas su hija prefiere un millón de veces. Está celosa, y no              posible qur. eUa dijera eso? ¿Había meningitis o no? ¿Había
         debemos condenarla. Por lo demás, se alternaban con su hija               delirio o no? Luego mi María Elvira  ...
         para ir a ver a la enferma. Ésta había tenido un buen día, tan                 No  sé  qué  contesté;  presumo  que  cualquier  cosa  a
         bueno que por primera vez después  de quince  días no hubo esa            escandalizar a la parentela completa si me  hubieran oído. Pero
         noche subida seria de fiebre, y aunque me quedé hasta la una              apenas había murmurado yo; apenas había murmurado ella
         por  pedido  de Ayestarain,  tuve  que  volverme  a  casa  sin            con una sonrisa  ... Y se durmió.
         haberla visto un instante. ¡Se comprende esto? ¡No verla en                    De vuelta a casa, mi cabeza era un vértigo vivo, con
         todo  el  día!  ¡Ah!  Si  por  bendición  de Dios,  la  fiebre  de        locos impulsos de saltar al aire y lanzar alaridos de felicidad.
         cuarenta,  ochenta,  ciento  veinte  grados,  cualquier  fiebre,          ¿  Quién, de entre nosotros, puede jurar que no hubiera sentido
         cayera esta noche sobre su cabeza  ...                                    lo mismo? Porque las cosas, para ser claras, deben ser plantea­
             ¡Y aquí está!: Esta sola línea del bendito Ayestarain:                das  así:  La  enferma  con  delirio,  que  por  una  aberración
             Delirio de nuevo.  Venga enseguida.                                   sicológica cualquiera, ama únicamente en su delirio, aX. Esto,
             Todo  lo antedicho es  suficiente para enloquecer bien que            por un lado. Por el otro, el mismo X, que, desgraciadamente
         mal a un hombre discreto. Véase esto ahora:                               para él, no se siente con fuerzas para concretarse exclusiva­
             Cuando entré anoche, María Elvira me tendió su brazo                  mente a su papel medicamentoso. Y he aquí que la enferma,
         como la primera vez. Acostó su cara, sobre la mejilla izquier­            con su meningitis y su inconsciencia -su incontestable in­
        da, y cómoda así, fijó los ojos en mí. No sé qué me decían sus             consciencia-, murmura nuestro amigo:
         ojos; posiblemente me daban toda su vida y toda su alma en                    -Y cuando no tenga más delirio  ...  , ¿ me querrás todavía?
        una entrega infinitamente dichosa. Sus labios me dijeron algo,                 Esto es lo que yo llamo un pequeño caso de locura, el  aro
        y tuve que inclinarme para oír:                                           y rotundo. Anoche, cuando llegaba a casa, creí un momento

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