Page 142 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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primera noche yo no viera en su mirada sino el reflejo de mi                  Ayestarain se echó a reír.
         propia ridiculez de remedio inocuo. La segunda noche sentí                    -¡ No embrome! ... Le repito que no sabían dónde tenían
         menos insuficiencia real. La tercera vez no me costó esfuerzo            la cabeza ...
        alguno sentirme el ente dichoso que simulaba ser, y desde                      -Pero para opio, y morfina, y calmante de mademoiselle,
        entonces vivo y sueño ese amor con que la fiebre enlaza su                sí, ¿eh? ¡Para eso no se olvidaban de mí!
        cabeza a la mía.                                                               Mi hombre se puso serio y me miró detenidamente.
             ¿  Qué hacer? Bien sé que todo esto es transitorio, que de                -¿Sabe lo que pienso, compañero?
        día ella no sabe quién soy, y que yo mismo acaso no la ame                     -Diga.
        cuando la vea de pie. Pero los sueños de amor, aunque sean de                  -Qué usted es el individuo más feliz de la tierra.
        dos horas y a cuarenta grados, se pagan en el día, y mucho me                  -¿ Yo, feliz?
        temo  que si  hay  una  persona en  el mundo a  la cual esté                   -O más suertudo. ¿Entiende ahora?
        expuesto  a  amar  a  plena  luz,  ella  no  sea  mi vano  amor                Y quedó mirándome. ¡Hum! -me dije a mí mismo: yo
        nocturno .... Amo, pues, una sombra, y pienso con angustia en             soy un idiota, que es lo más posible, o este galeno merece que
        el día que Ayestarain considere a su enferma fuera de peligro,            lo abrace hasta romperle el  termómetro  en  el bolsillo.  El
        y no precise más de mí.                                                   maligm> tipo sabe más de lo que parece, y acaso, acaso ... Pero
             Crueldad ésta que apreciarán en toda su cálida simpatía               vuelvo a lo de idiota, que es lo más seguro.
        los hombres que están enamorados -de una sombra o no.                           -¿Feliz? ... -repetí sin ambargo-. ¿Por el amor estra­
             Ayestarain acaba de salir. Me ha dicho que la enferma                 falario que usted ha inventado con su meningitis?
        sigue mejor, y que mucho se equivoca, o me veré uno de estos                    Ayestarain tomó a mirarme fijamente, pero esta vez creí
        días libre de la presencia de María El vira.                               notar un vago, vaguísimo dejo de amargura.
             -Sí, compañero -me dice-. Libre de veladas ridícu­                         -Y aunque no fuera más que eso, grandísimo zonzo ...
        las, de amores cerebrales y ceños fruncidos ... ¿Se acuerda?               -ha murmurado, cogiéndome del brazo para salir.
             Mi cara no debe expresar suprema alegría, porque el                        En el camino -hemos ido al Águila, a tomar el ver­
        taimado galeno se echa a reír y agrega:                                    mut- me ha explicado bien claro tres cosas.
             -Le vamos a dar en cambio una compensación ... Los                         Primero, que mi presencia al  lado  de  la enferma era
        Funes han vividq estos quince días con la cabeza en el aire, y             absolutamente necesaria, dado el estado de profunda excita­
        no extrañe pues, si han olvidado muchas cosas, sobre todo en               ción-depresión, todo en uno, de su delirio. Segundo, que los
        lo que a usted se refiere ... Por lo pronto, hoy cenamos allá. Sin         Funes lo habían comprendido asÍ', ni más ni menos, a despecho
        su bienaventurada persona, dicho sea de paso, y el amor de                 de lo raro, subrepticio e inconveniente que pudiera parecer la
        marras,  no sé en qué hubiera acabado aquello ... ¿Qué dice                aventura, constándoles, está claro, lo artificial de todo aquel
        usted?                                                                     amor. Tercero, que los Funes han confiado sencillamente en
             -Digo -le he respondido-. que casi estoy tentado de                   mi educación, para que me dé cuenta -sumamente clara­
        declinar el honor que me hacen los Funes, admitiéndome a su                del sentido terapeútico que  ha tenido mi presencia ante la
        mesa ...                                                                   enferma, y la de la enferma ante mí.

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