Page 98 - Narraciones extraordinarias
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ventana, utilizando la cadena. Al alcanzar esa distancia de dos          cos motivos para muchos cambios de ropas. Y si algún ladrón
         pies y medio, suponiendo que el postigo estuviese completa­              hubiera robado algo lpor qué no robar lo mejor? lPor qué
         mente abierto, un ladrón podía conseguir un asidero muy fir­             no llevárselo todo? En pocas palabras: lun ladrón habría de­
         me en la celosía. Soltando, luego, su sostén en la cadena, con           jado cuatro mil francos en oro, para cargar con un atado de
         los pies bien apoyados en la pared, y saltando atrevidamente,            ropa blanca? El oro fue abandonado. La cantidad menciona­
         habría impelido al postigo, haciendo que se cerrara, y tam­              da por monsieur  Mignaud, el banquero, fue hallada en las dos
         bién, suponiendo que hubiera encontrado la ventana abierta,              talegas, sobre el piso. Por lo tanto, sería conveniente descar­
         hubiese ido a parar al interior de la habitación. Tenga presen­          tar la desatinada idea, engendrada por los cerebros de la po­
         te que he·  hablado de una agilidad extraordinaria, indispensa­          licía, de un motivo relacionado con ese dinero. Pero, dadas
         ble para el éxito de una empresa tan arriesgada y dificultosa.            las circunstancias del caso, si aceptamos que el oro no ha si­
         Si usamos el lenguaje de la ley, usted me dirá que más bien               do la finalidad del crimen,  también  debemos aceptar que
         debería depreciar la agilidad requerida en el caso, que insis­            quien lo cometió fue tan vacilante y tan estúpido que no sólo
         tir en valorarla, pero eso no corresponde al oficio de la razón.          olvidó el oro sino el objetivo del delito. Fijémonos ahora en
         Mi finalidad consiste únicamente en hallar la verdad, y mi                otros detalles que nos muestran el vigor maravilloso del ase­
         propósito inmediato es inducirlo a usted a que haga un pa­                sino. En la chimenea había unas espesas  guedejas de canosos
         rangón  entre  esa sobrenat!Jral agilidad, y la voz peculiarísima,
         aguda, áspera, desigual, acerca de cuya n_acionalidad no hay              cabellos humanos.  Habían sido arrancados con sus raíces.
         dos personas de acuerdo, y en cuya pronunciación no es po­                lUsted sabe qué fuerza es necesaria para arrancar de la ca­
         sible descubrir silabeo alguno.                                           beza sólo veinte o treinta cabellos juntos? Ha visto aquellas
             Al escuchar aquellas palabras, comencé a formarme una                 guedejas  tan  bien  como  yo  ...  ihorrendo  espectáculo!  Sus
         vaga idea de lo que pensaba Dupin. Me parecía estar al bor­               raíces estaban grumosas de fragmentos de carne del cuero ca­
         de del entendimiento, sin que pudiera entender todavía. Mi                belludo, prueba de la fuerza prodigiosa que ha sido menester
         amigo continuó su razonamiento:                                           para arrancar tal vez un millón de cabellos al mismo tiempo.
             -Usted habrá comprendido -dijo-, que he llevado el                    La garganta de la anciana no sólo estaba cortada, sino que la
         problema del  modo de salida al de entrada, y sugiero que am­             cabeza fue separada del cuerpo, y el instrumento para ello fue
         bas fueron efectuadas de igual manera y por un mismo sitio.               sólo una navaja de afeitar. i  De las heridas en el cuerpo de ma­
         Volvamos ahora al interior de la habitación. Se ha dicho que              dame L'Espanaye no vale la pena ni hablar! Monsieur Dumas
         los cajones de la cómoda fueron saqueados, aunque han que­                y su digno auxiliar monsieur Etienne, han declarado que fue­
         dado algunas prendas de vestir. La  conclusión es absurda.                ron causadas por un instrumento contundente, y en esto han
         ¿cómo sabemos que los objetos hallados no eran todo lo que                acertado; el instrumento fue, sin duda alguna, el pavimento
         los cajones contenían? La señora y la señorita L'Espanaye                 de piedra del patio, sobre el que la víctima cayó desde la ven­
         hacían una vida muy apartada, y salían raramente; tenían po-              tana. Este hecho, por sencillo que ahora parezca, escapó a la

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