Page 93 - Narraciones extraordinarias
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Cogí una pistola, sin entender bien lo que hacía, ni creer   laridad consiste no en el desacuerdo, sino en que un italiano,
 lo que e�cuchaba, mientras Dupin seguía conversando, en so­  un inglés, un español, un holandés y un francés han intenta­
 liloquio. Ya he hablado de sus maneras abstraídas en seme­  do describirla, y cada uno la menciona como la voz de un ex­
 jantes  momentos. Sus palabras se dirigían a mí, aunque su voz,   tranjero. Cada uno está seguro de que no era la voz de un
 no muy alta, ofrecía la entonación comúnmente empleada al   compatriota suyo, y la compara con la  de un individuo prove­
 hablar con alguien que se halla muy distante. Sus ojos, inex­  niente de alguna nación cuyo lenguaje desconoce. El francés
 presivos, miraban a la pared.   supone que era la voz de un español; el holandés sostiene que
 -Está completamente demostrado que en esa reyerta  fue la de un francés, aunque por desconocer el i.dioma, el tes­
 que escucharon los que subían por la escalera, las voces no   tigo  fue inté1mgado por medio de un inté1prete; el inglés pien­
 correspondían a las de las mujeres asesinadas -dijo  -. Esto   sa que  se  trataba de  un  alemán,  pese  a  que  no  entiende
 descarta cualquiera duda acerca de si la anciana pudo dar   alemán; el español asegura que era un inglés, juzgando úni­
 muerte a su hija y suicidarse después. Hablo de este punto   camente por el acento, porque no entiende la lengua inglesa;
 sólo por obediencia a un método, ya que las fuerzas de ma­  el  italiano opina que fue la voz de un ruso, pero jamás ha con­
 dame L'Espanaye eran totalmente insuficientes para arras­  versado con un ruso; un segundo francés difiere del primero,
 trar el cadáver de la joven chimenea arriba. Y por las heridas   y sostiene que aquella voz era la de un italiano. iQué inusita­
 de su propio cuerpo, queda básicamente excluida la idea de   da ha de ser realmente esa voz, para que puedan darse estos
 suicidio. Por lo tanto, está claro que los asesinatos fueron co­  testimonios  tan  contradictorios!  Ciudadanos  de  las  cinco
 metidos por terceras personas, y que son las voces de esas per­  grandes divisiones de Europa, no reconocen nada que les sea
 sonas las que se oyeron discutir.   familiar en sus inflexiones. Usted dirá que también puede ser
 Lo observé sin encontrar objeción alguna.   la voz de un asiático o de un africano. A pesar de que ni los
 -Permítame ahora -prosiguió-, hacer hincapié no en  asiáticos ni los africanos abundan en París, no niego esa po­
 lo que se ha declarado acerca de esas voces, sino en lo que   sibilidad, pero me interesa llamar su atención sobre tres pun­
 hay de particular en dichas declaraciones. ¿Ha observado us­  tos: aquella voz es descrita por uno de los testigos como más
 ted en ellas algo especial?   áspera que aguda, y otros la definen como rápi.da y desigual.
 -Sí, noté que mientras todos los testigos coincidían en  No hubo palabras, no existieron sonidos que se parecieran a
 que la voz grave era la de un francés, hubo mucho desacuer­  palabras distinguibles, como en el caso de la voz grave. Yo no
 do en cuanto a la voz aguda.   sé qué impresión he causado en el entendimiento de usted -
 -Eso es la evidencia misma -dijo Dupin-, pero no la  prosiguió Dupin  -, pero creo que las legítimas deducciones
 peculiaridad de dicha evidencia. Usted no ha percibido nada   hechas sólo con esta parte de los testimonios, o sea la parte
 característico, y, sin embargo, algo había que percibir. Los tes­  referente a las voces grave y aguda, bastan para engendrar
 tigos, como se ha dicho, estuvieron de acuerdo en cuanto a la   una sospecha que puede conducirnos al avance en la investi­
 voz grave. Pero en lo que se refiere a la voz  aguda, la particu-  gación del misterio. He dicho deducciones legítimas, más exac-

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