Page 66 - Narraciones extraordinarias
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Cuando terminé estas operaciones eran las cuatro y esta­       dé un modo tal, que no tardé en descubrir que el ruido no
             ba tan oscuro como si todavía fuese medianoche. En el mo­          nacía en mis oídos.
             mento en que el reloj señalaba la hora, llamaron a la puerta           Sin duda palidecí más, y seguí hablando sin tino, alzando
             de calle. Bajé a abrir confiado, y di la bienvenida a los recién   mi voz, tratando de apagar aquel sonido que  aumentaba,
             llegados. lPor qué no? lAcaso tenía algo que temer?                11r¡11ella vibración semejante al tic-tac de un reloj envuelto en
                 Los  tres  hombres  se  presentaron,  gentilmente,  como       (1/Kodones.  Principié  a  respirar  con  dificultad,  aunque  los
             agentes de la policía. Un vecino había escuchado un grito en       ngcntes aún no escuchaban nada, e hilvané frases apresura­
             la noche;y esto lo hizo sospechar de que podía haberse co­          das, con mayor vehemencia. El tic-tac se elevaba, acompasa­
             metido un homicidio, por lo cual estampó una denuncia en la         do.  Me  levanté  y  discutí  tonterías,  con  tono  estridente,
             Comisaría. Los agentes venían para practicar un reconoci­           haciendo grotescas gesticulaciones. iTodo era inútil! iEI lati­
             miento.                                                             do crecía, crecía más. lPor qué ellos no querían marcharse?
                 Sonreí, ya que, repito: i.acaso tenía algo que temer? -El       ( 'omencé a caminar de un lado a otro por la habitación, pe­
             grito -les expliqué-, lo lancé yo, soñando. El anciano se en­       sadamente, a grandes pasos. iüh, Dios! lQué podía hacer?
             cuentra viajando por la comarca ...                                 1 !chaba espumarajos, desvariaba. Volvía a sentarme y movía
                 Conduje a los visitantes por toda la casa, y les sugerí que     la silla, haciéndola resonar sobre el sucio. Pero el latido lo do­
             revisaran bien. Por fin, los guié hasta su cuarto. Allí les mostré   minaba todo, y se agigantaba indefinidamente.
             sus tesoros; todo perfectamente resguardado y en orden. En­            Los  hombres  continuaban  conversando,  bromeando,
             tusiasmado con esa gran seguridad en mi mismo, llevé unas           riendo. lSería posible que no oyeran? ¿Dios Todopoderoso,
             sillas a la habitación, y los invité a que se sentaran, mientras    sería posible?  iNo, no!  iEllos oían ... sospechaban! iSabían!
             yo, con la desbordada audacia de mi triunfo, colocaba mi pro­       iSí, sabían, y se estaban divirtiendo con mi terror! A'ií lo creí,
             pia silla exactamente en el lugar bajo el que se ocultaba el        y lo creo ahora. Y había algo peor que aquella agonía, algo
             cuerpo de la víctima.                                               más insoportable que esa burla. iYa no podía tolerar por más
                 Los  agentes  parecían  satisfechos.  Mi  actitud  les  con­    tiempo sus hipócritas sonrisas, y me di cuenta de que era pre­
             vencía, y hablaron de temas familiares, a los que respondí jo­      ciso gritar o morir, porque entonces ... ! iPréstenme atención,
             vialmente. No obstante, pasado un rato, me di cuenta de que         por favor!
             palidecía, y desee que se marcharan. Me dolía la cabeza y               -iMiserablcs!  -exclamé-.  iNo  disimulen  más!  iLo
             sentía que mis oídos zumbaban. Sin embargo, ellos continua­         confieso todo! iArranquen estas tablas! iAquí, está aquí! iEs
             ban sentados, y proseguían la charla. Entonces el zumbido se        el latido de su implacable corazón!
             hizo más nítido y rítmico, volviéndose cada vez más percepti­
             ble. Comencé a hablar atropelladamente, para liberarme de
             esa angustiante sensación. Pero ésta persistió, reiterándose

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