Page 65 - Narraciones extraordinarias
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mente decía para sí: "No es nada ... El viento en la chimenea ...   He confesado que soy nervioso, y realmente lo soy. En
 Un ratón que corrió por el entretecho ... Algún insecto ... "   consecuencia, en medio de la noche y del silencio de esa an­
 Sí, debe haber intentado calmarse con estas hipótesis. Pe­  tigua casa, un ruido tan extraño hizo surgir en mí un terror in­
 ro t do fue inútil. La muerte había pasado junto a él, y lo en­  controlable. Pese a ello, todavía logré contenerme, y luché
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 volvrn. Y era la influencia fúnebre de su sombra, invisible, la   por mantener la tranquilidad, pero la pulsación se hacía más
 que lo ha ía sentir,  unque no viera ni escuchara nada, la que   y más audible, más violenta, y una nueva angustia se apode­
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 le perm1trn notar m1 presencia en su habitación.   raba de mí. Ese ruido, y los que iban a producirse, podrían ser
 Luego de haber esperado un largo rato, me aventuré a   escuchados por un vecino. La hora del viejo había llegado.
 abrir apenas la linterna. La abrí furtivamente, hasta que al fin   Con un gran alarido, abrí inesperadamente la linterna, y
 un rayo delgado, como el hilo de una telaraña, descendió so­  me precipité en la alcoba. El viejo dejó escapar un grito, un
 bre el ojo de buitre.   solo grito. En menos de un segundo lo derribé, dejándolo de
       espaldas en el suelo, y tiré la cama sobre él, aplastándolo con
 Estaba abierto, íntegramente abierto, y al verlo me llené   su peso. Entonces sonreí,  ufano,  al  ver  tan adelantada mi
 de furia. Lo vi con claridad perfecta, entero de un azul mate   obra. No obstante, el corazón aún latió, con un murmullo apa­
 y cubierto por la horrorosa nube que me helaba hasta la médu�   gado.
 la de los huesos. No podía ver nada más; ni la cara ni el cuer­  Pese a ello, ya no me atormentaba. No, no podía oírse na­
 po del anciano. Sólo existía aquel ojo obsesionante.   da a través de las paredes. Finalmente, cesó todo: el viejo es­
 � No es acaso una hiperestesia de los sentidos aquello que   taba muerto. Levanté la cama, y examiné el cuerpo. Sí, estaba
 consideran locura? Una vibración débil, continua, llegó a mis   muerto. iMuerto como una piedra! Afirmé mi mano en su co­
 oídos,  emejante al tic-tac de un reloj forrado en algodones.   razón sin advertir ningún latido. iEn lo sucesivo su ojo de bui­
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 Inmedrntamente reconocí ese apagado golpeteo. Era el co­  tre no podría atormentarme!
 razón del viejo que latía, y este sonido excitó mi furia, igual   A los que insistan en creerme loco, les advierto que su
 que el redoblar de los tambores excita el valor de un soldado.   opinión se desvanecerá cuando les describa las inteligentes
 Me controlé, sin embargo, y permanecí inmóvil. Respiraba   medidas que adopté para esconder el cadáver. Avanzaba la
 apenas, y sostenía quieta, entre las manos, la linterna. Hacía   noche, y yo trabajaba con prisa y en riguroso silencio. Hábil­
 un esfuerzo por mantener el rayo de luz fijo sobre el ojo. En­  mente fui desmembrando el cuerpo. Primero corté la cabeza,
       y después los brazos; luego, las piernas. En seguida separé
 tre tanto, el latido infernal del corazón del anciano era por   unos trozos del entablado, y deposité los restos bajo el piso
 segundos más fuerte, más rápido, y ... , sobre todo, más sono­  de madera. Terminado este trabajo, coloqué otra vez las ta­
 ro.   blas en su sitio, con tanta destreza que ningún ojo humano,
 El pánico de aquel hombre debía ser monstruoso, y re­  ni siquiera el del viejo, podría descubrir allí algo inusual. Ni
 tumbaba en ese latir que crecía y crecía.   siquiera una mancha de sangre.


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