Page 55 - Narraciones extraordinarias
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carga d e las excelencias del barco, mientras íntimamente nos hacia la popa, y aguardé la catástrofe que nos hundiría defi
y
preparábamos para la muerte que ya no podría tardar más de nitivamente. Nuestro navío había dejado de luchar y se hundía
una hora. En algunos instantes, al ascender, alcanzábamos la de proa. Entonces, el choque de la mole que se precipitó, me
altura en que vuela el albatros, nos costaba respirar, y luego impulsó hacia arriba con irresistible violencia sobre el apare
nos envolvía el vértigo con la velocidad del descenso a ese in jo del fantástico buque. Cuando caí, el navío se había levan
fierno líquido, con el aire estancado, envueltos en un dantes tado al pairo, y viró de bordo. A la confusión que se produjo,
co silencio. atribuí el escapar de la atención de los tripulantes. Sin mayo-
Nos hallábamos en el fondo de uno de esos abismos, cuan 1 es dificultades logré deslizarme por la escotilla principal y
do estalló un grito de mi compañero: m:ultarme.
-iMire, mire ... ! iDios Todopoderoso, mire ... ! Es muy difícil explicar por qué actué de ese modo. Una
Mientras el sueco lanzaba exclamaciones de asombro, pu indefinible sensación de pavor se apoderó de mí al ver a los
de distinguir el fulgor de una luz roja que se extendía desde habitantes de ese buque. Nada me instaba a acercarme a esa
lo alto, y arrojaba un resplandor incierto sobre la cubierta. gente que, a primera vista, sólo me inspiraba dudas, temores,
Entonces miré hacia arriba, y pude ver un espectáculo que y aprensión, y busqué un escondite en la cala. Desde el lugar
congeló la sangre en mis venas: a una altura aterradora, so ,·n que me hallaba oculto, escuché un ruido de pasos; eran
bre el borde de la pendiente de agua, y suspendido exacta d6biles y vacilantes. No alcanzaba a ver el rostro del hombre,
mente arriba de nosotros, había un buque gigantesco, de por pero observé su aspecto general, en el que se manifestaban
lo menos cuatro mil toneladas. Aunque se alzaba en la cima la enfermedad y la vejez. Vacilaban sus piernas y su cuerpo
de una ola que tenía más de cien veces su altura, las dimen t ·mblaba íntegramente; rcf unf uñaba, para sí, en voz baja, mu
siones de este navío sobrepasaban a las de cualquier buque t--ilando palabras en un idioma que no entendí. Buscó algo a
de la Compañía de Indias. El enorme casco era negro, y no tientas, en un rincón; sus gestos tenían la displicencia de la in-
mostraba ninguna de las entalladuras en los bajeles, propias 1 ancia y la solemne dignidad de un dios. Pasado un rato subió
de un barco normal. Una hilera de cañones de bronce emergía , wbierta, y ya no lo vi más.
de sus abiertas portañolas, mostrando en sus pulidas superfi
cies los fulgores de innumerables faroles de combate. Lo que *
más nos impactó era que navegaba a toda vela, desafiando la
furia de aquel mar sobrenatural y de la tempestad ingoberna Un sentimiento, al cual no le encuentro un nombre ade-
ble. Durante unos segundos de intenso terror, se detuvo, co 1 uado, se está apoderando de mi alma; es una sensación que
mo si estuviera disfrutando de su magnificencia, y en seguida 110 admite análisis; una sensación a la que resulta inútil apli
se estremeció, se bamboleó, y se vino abajo. rar cualquiera lección aprendida en el pasado, y a la que creo
Ignoro cómo logré dominarme. Me retiré, tambaleante, que tampoco el futuro podría ofrecer clave alguna. Para un
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