Page 31 - Narraciones extraordinarias
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se posaran en los míos, y con una sonrisa que descubría las   -No está -me respondió el lacayo a su servicio.
 blancas perlas de sus dientes, hizo dos claros aunque leves mo­  -lCómo  que  no  está?  -interrogué  sorprendido-.
 vimientos afirmativos con la cabeza.   Pnmítame que le diga, amigo mío, que eso es completamen­
 No vale la pena que insista acerca de mi dicha, de mi arro­  tl' imposible y absurdo. El señor Talbot no puede haber sali­
 bamiento. Si alguna vez enloqueció un hombre por exceso de   do. i,Por qué dice usted eso?
 felicidad, ese hombre fui yo en aquellos momentos. Amaba.   -Sólo porque no está en casa. Inmediatamente después
 Era mi primer amor ... , un amor supremo, indescriptible. Era   ,k almorzar, tomó el coche para ir a S ... Avisó que no regre­
 un amor por flechazo, y por flechazo también era apreciado y   �aría hasta dentro de una semana.
 co1Tespondido.   Me quedé petrificado por el estupor y la ira. Finalmente
 iSí, correspondido! ¿cómo iba a dudarlo ni un solo ins­  di media vuelta, lívido de cólera, e interiormente mandando
 tante? lQué otra interpretación podía dar a aquel proceder   .il infierno a toda la estirpe de los Talbot. Era evidente que
 por parte de una mujer tan bella, rica, refinada, con educa­  111i amigo había olvidado nuestra cita apenas la habíamos con­
 ción superior, con tal elevada posición social, tan respetable   t'l'l'lado. Nunca cumplía con su palabra muy escrupulosamen­
 en todo sentido, como era Madame Lalande? Sí, ella me ama­  tv,  y no existía  forma para corregirlo. Reconociendo esto,
 ba, correspondía al impulso de mi amor con otro impulso tan   rnlrné mi indignación tanto como me fue posible, y vagué por
 ciego, tan firme, tan desinteresado, y tan incondicional como   las calles, malhumorado, haciendo preguntas inútiles sobre
 el mío. Estas deliciosas fantasías quedaron interrumpidas por   A[{l(/ame  Lalande,  a  los conocidos que encontraba.  Com­
 la caída del telón. El público se puso de pie, y acto seguido se   p1 obé que todos la conocían de oídas, muchos de vista, pero
 produjo el habitual bullicio. Dejé precipitadamente aTalbot,   rnmo hacía escasas semanas que se hallaba en la ciudad, eran
 y empleé todos mis esfuerzos para abrirme paso y colocarme   pocos los que afirmaban tratarla personalmente. Estos, eran
 lo más cerca posible de Madame Lalande. No habiendo po­  11(111  relativamente  extraños  para  ella,  y  no  podían,  o  no
 dido lograrlo a causa de la muchedumbre, tuve que renunciar   querían, tomarse la libertad de presentarme con las formali­
 a mi persecución, y dirigí los pasos hacia mi casa. Consolé mi   dades que requería semejante visita. Mientras yo me deses­
 decisión, con el pensamiento de que a la mañana siguiente   p ·raba conversando con un trío de amigos sobre la causa de
 sería presentado a ella en debida forma, gracias a los buenos   n1i tormento, ocurrió que la persona de quién hablábamos
 oficios de mi amigo Talbot.   pasó muy cerca de nosotros.
 Finalmente amaneció, tras una larga noche de impacien­  -iPor mi vida, esa es!  -exclamó uno de mis amigos.
 cia. Y entonces las horas, hasta la una, fueron pasando con   -iMaravillosamente bella!  -expresó otro.
 lentitud desesperante. Cuando no se extinguía el eco del re­  -iComo un ángel! -afirmó el tercero.
 loj anunciando la una, corrí hacia la calle B ... y pregunté por   -Miré y en el carruaje que avanzaba hacia nosotros len-
 Talbot.   tamente, calle abajo, iba sentada la deslumbrante dama de la

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