Page 35 - Narraciones extraordinarias
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Sí, "realmente" llegó. Recibí, en efecto, una carta de Ma­  ción?  Volví  a escribirle, implorándole que me la mandara
 dame Lalande; la hermosa, la idolatrada Madame Lalande.   ruan to antes. Esta última misiva me la devolvió el lacayo, con
 Como buena francesa,.había obedecido a los sinceros dicta­  las  siguientes palabras escritas  al dorso del sobre; el muy
 dos de su razón, a los generosos impulsos de su naturaleza,   bribón se había ido al campo con su amo.
 despreciando las afectadas gazmoñerías del mundo. No había
 desdeñado mis proposiciones; no se había encerrado en el si­  "Salió de S ... ayer,  con dirección desconocida. No dijo a
 kncio; no me hahía devuelto mi carta sin abrirla. Por el con­  ,Mnde iba ni cuando volvería. He reconocido su letra,  y como
 trario,  me enviaba  una  respuesta  escrita  con  sus  propias   usted siempre tiene prisa, me ha parecido mejor devolverle su
 manos, en la que decía lo siguiente:   rnrta. Sinceramente suyo. Stubbs."

 "El señor Simpson me perdonará que no escriba co1Tecta­  Después de esto, no será necesario decir que deseé los
 mente la hennosa lengua de su país, o al menos que no lo ha­  p ·ores castigos para amo y criado, aunque de poco me servía
 ga tan bien como en la mía. Hace muy poco tiempo que 1 ine   1:i indignación, y quejarme no era un consuelo. No obstante
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 aquí, y no he tenido oportunidad de estudiarla. Sea ésta mi ex­  1nc quedaba un recurso: mi natural audacia. Hasta entonces
 cusa a la fonna en que le digo esto, caballero: iAy de mil El   111c había servido mucho, y decidí ponerla en juego. Además,
 señor Simpson ha adivinado sobradamente toda la verdad.   d ·spués de la correspondencia intercambiada entre Madame
 ¿cabe agregr algo? ¿No he dicho ya más de lo que debiera de­  l .:tlande y yo i.qué falta de corrección podía cometer, dentro
 cir?   de ciertos límites, que ella pudiera juzgar improcedente? Des­
 Euienia Lalande."   de que recibí su carta, había adquirido el hábito de rondar su
       vecindad, y así descubrí que a la hora del crepúsculo solía dar
 Besé un millón de veces aquella nota, y cometí por su cau­  1111 paseo, acompañada únicamente por un negro de librea,
 sa otras mil extravagancias que ya han huido de mi memoda.   pm una plaza pública. Allí, entre las frondosas y casi oscuras
 iPero Talbot no regresaba! Si hubiera podido formarse la más   alamedas, bajo la pálida luz de un suave atardecer de verano,
       111c acerqué a ellos.
 vaga idea del padecimiento que su ausencia me producía lno   Para desorientar al sirviente, lo hice con toda la naturali­
 habría corrido inmediatamente a mi lado para consolarme?   dad ele un antiguo conocido. Ella, con la presencia de ánimo
 Le escribí y me contestó. Le retenían urgentes negocios, y es­  1k· una auténtica parisiense, comprendió inmediatamente mi
 taría pronto de vuelta. Me rogaba que no fuera impaciente y   1 r ·ta, y para saludarme me ofreció la mano más adorablemen-
 que moderase mis impulsos, que leyera libros de tema calman­  1v pequeña que sea posible imaginar. El criado quedó atrás
 te, que no abusara de las bebidas alcohólicas ... iy que llamara   vn seguida, y entonces, con el corazón rebosante de alegría,
 en mi ayuda al consejo de la filosofía! iNecio! Ya que él no   pudimos conversar extensamente y sin reservas sobre nuestro
 podía venir lpor qué no me enviaba una carta de presenta-  amor.


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