Page 34 - Narraciones extraordinarias
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Sí, "realmente" llegó. Recibí, en efecto, una carta de Ma­      ción?  Volví  a escribirle, implorándole que me la mandara
             dame Lalande; la hermosa, la idolatrada Madame Lalande.             ruan to antes. Esta última misiva me la devolvió el lacayo, con
             Como buena francesa,.había obedecido a los sinceros dicta­          las  siguientes palabras escritas  al dorso del sobre; el muy
             dos de su razón, a los generosos impulsos de su naturaleza,         bribón se había ido al campo con su amo.
             despreciando las afectadas gazmoñerías del mundo. No había
             desdeñado mis proposiciones; no se había encerrado en el si­           "Salió de S ... ayer,  con dirección desconocida. No dijo a
             kncio; no me hahía devuelto mi carta sin abrirla. Por el con­       ,Mnde iba ni cuando volvería. He reconocido su letra,  y como
             trario,  me enviaba  una  respuesta  escrita  con  sus  propias     usted siempre tiene prisa, me ha parecido mejor devolverle su
             manos, en la que decía lo siguiente:                                rnrta. Sinceramente suyo. Stubbs."

                "El señor Simpson me perdonará que no escriba co1Tecta­             Después de esto, no será necesario decir que deseé los
             mente la hennosa lengua de su país, o al menos que no lo ha­        p ·ores castigos para amo y criado, aunque de poco me servía
             ga tan bien como en la mía. Hace muy poco tiempo que 1 ine          1:i indignación, y quejarme no era un consuelo. No obstante
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            aquí, y no he tenido oportunidad de estudiarla. Sea ésta mi ex­      1nc quedaba un recurso: mi natural audacia. Hasta entonces
            cusa a la fonna en que le digo esto, caballero: iAy de mil El        111c había servido mucho, y decidí ponerla en juego. Además,
            señor Simpson ha adivinado sobradamente toda la verdad.              d ·spués de la correspondencia intercambiada entre Madame
            ¿cabe agregr algo? ¿No he dicho ya más de lo que debiera de­         l .:tlande y yo i.qué falta de corrección podía cometer, dentro
            cir?                                                                 de ciertos límites, que ella pudiera juzgar improcedente? Des­
                                          Euienia Lalande."                      de que recibí su carta, había adquirido el hábito de rondar su
                                                                                 vecindad, y así descubrí que a la hora del crepúsculo solía dar
                Besé un millón de veces aquella nota, y cometí por su cau­       1111 paseo, acompañada únicamente por un negro de librea,
            sa otras mil extravagancias que ya han huido de mi memoda.           pm una plaza pública. Allí, entre las frondosas y casi oscuras
            iPero Talbot no regresaba! Si hubiera podido formarse la más         alamedas, bajo la pálida luz de un suave atardecer de verano,
                                                                                 111c acerqué a ellos.
            vaga idea del padecimiento que su ausencia me producía lno              Para desorientar al sirviente, lo hice con toda la naturali­
            habría corrido inmediatamente a mi lado para consolarme?             dad ele un antiguo conocido. Ella, con la presencia de ánimo
            Le escribí y me contestó. Le retenían urgentes negocios, y es­       1k· una auténtica parisiense, comprendió inmediatamente mi
            taría pronto de vuelta. Me rogaba que no fuera impaciente y          1 r ·ta, y para saludarme me ofreció la mano más adorablemen-
            que moderase mis impulsos, que leyera libros de tema calman­         1v pequeña que sea posible imaginar. El criado quedó atrás
            te, que no abusara de las bebidas alcohólicas ... iy que llamara     vn seguida, y entonces, con el corazón rebosante de alegría,
            en mi ayuda al consejo de la filosofía! iNecio! Ya que él no         pudimos conversar extensamente y sin reservas sobre nuestro
            podía venir lpor qué no me enviaba una carta de presenta-            amor.


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