Page 36 - Narraciones extraordinarias
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Dado queMadame Lalande hablaba inglés con menor fa­              deduje el manifiesto riesgo de prolongar innecesariamente la
            cilidad que como lo escribía, preferimos hablar en francés. En       situación en que nos encontrábamos.
            aquella dulce lengua, tan adecuada para expresar la pasión               Este último argumento pareció, al fin, suavizar el rigor de
            amorosa, di rienda suelta al impetuoso entusiasmo de mi na­          su determinación. Pero todavía quedaba un obstáculo, que es­
            turaleza, y, con toda la elocuencia de que pude disponer, le         laba segura deque yo no había tomado debidamente encuen­
            rogué que consintiera en nuestro inmediato matrimonio.               la. Se trataba de un punto delicado, y al mencionad tenía
                                                                                                                                   �
                Al darse cuenta de mi impaciencia, ella sonrió. Puso co­         que sacrificar sus sentimientos, aunque por mí, ella no repa­
            mo pretexto el decoro social. Yo había cometido la gran im­          raría en ninguna clase de sacrificios. Aludía a la cuestión de
            prudencia de haber hecho público, entre mis amigos el deseo          la edad. lYo me daba cuenta? lHabía advertido claramente
            de relacionarme con ella, lo que significaba que aún no la co­       la diferencia que existía entre nosotros? El hecho de que la
            nocía, y no habría manera de ocultar la fecha en que se inicia­      L'dad del marido excediera en varios años a la edad de la mu­
            ban nuestras relaciones. Luego, me hizo notar, sonrojándose,         ¡cr, era considerado por todo el mundo como admisible, e in­
            lo demasiado reciente de esa fecha. Casarnos en seguida sería        l'luso  conveniente.  Pero  ella  siempre  había  mantenido  la
            impropio, sería outré'. Todo esto lo explicaba con un aire de        ncencia de que los años de la esposa nunca deben exceder a
            naivet/ que me arrebataba, y al mismo tiempo me apenaba y            los del marido. iUna diferencia de esa clase, frecuentemente,
            me convencía. Llegó a acusarme, riendo, de precipitación y           por desdicha, originaba una vida de infelicidad. Eugenia en­
            de imprudencia. También me hizo notar que, en realidad, yo           lcndía que mi edad no pasaba de los veintidós años, en cam­
            no sabía quién era ella, ni su familia, ni su posición en la so­     bio yo, por el contrario, parecía ignorar que los años de ella
            ciedad. Me rogó que lo meditara, y calificó mi amor de apa­          sobrepasaban muchísimo ese número!
            sionamiento,  de fuego fatuo, de obra inestable más  de  la              En todo aquello, mi amada mostraba una nobleza de al­
            fantasía que del  corazón,  de  capricho momentáneo. Todo            ma, una digna sinceridad que me deleitaba, y me encadenaba
            aquello lo decía mientras las sombras del atardecer caían más        a ella para siempre.
            y más a nuestro alrededor, y luego, con un suave apretón de              -Mi amadísima Eugenia -dije- l.qué importancia tie­
            su mano, derribaba en un dulce instante el edificio de argu­         ne lo que estás diciendo? Tus años son algo más que los míos.
            mentos que ella misma había levantado.                               i.Pero qué importa esto? Las costumbres del mundo no son
                Le respondí insistiendo en la adoración profunda y la ad­        sino necedades convenidas. Para los que se aman como noso­
            miración que me inspiraba. Para terminar,  me extendí con            tros len qué puede diferenciarse una hora de un año? Yo ten­
            enérgica convicción en los peligros que acechaban el cauce           go veintidós, de acuerdo; en realidad, ya casi tengo veintitrés.
            del amor verdadero, que se desliza sin dificultades, y de aquí       En cuanto a ti, no tendrás más de ... de ...
            •                                                                        Al llegar a aquel punto me detuve, esperando que Euge­
             Outé: ultrajante. Naiveté: ingenuidad. (N. del E.)                  nia me interrumpiera,  comunicándome su edad.  Pero una
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