Page 246 - Narraciones extraordinarias
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miendo ser interrumpido antes de concluir las frases que                            EL POZO Y EL PÉNDULO
           me entregaban al verdugo y al infierno.
               Cuando hube revelado todo lo necesario para conven­
           cer a la justicia, caí desmayado.
               Pero, ¿para qué decir más? Hoy estoy aquí arrastran­                                           lmpia tortorum longas hic turba furores
           do estas cadenas. Mañana estaré en libertad. Pero, ¿dón­                                             sanguinis innocui, non satiata, aluil,
           de?                                                                                           sos pile nunc patria, frac lo nunc funeris antro,
                                                                                                               mors ubi dirafuil vita salusque palent.
                                                                                                                   (Aquí la turba impía de verdugos
                                                                                                                   alimentó con sangre de inocentes
                                                                                                                  su gran furor y no quedó saciada.
                                                                                                                  Salvada ya la patria, quebrantado
                                                                                                                           el antro de la muerte,
                                                                                                                donde reinaba el crimen monstruoso
                                                                                                                  la vida y la salud ahora florecen).

                                                                                              Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió
                                                                                                   erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en París.

                                                                                       Estaba agotado, extremadamente agotado por aquella
                                                                                   larga agonía;  y cuando sentí que me desataron, perdí el
                                                                                   conocimiento. La terrible sentencia de muerte fue la últi­
                                                                                   ma frase que percibieron mis oídos. Luego, la voz de los
                                                                                   inquisidores se fue apagando como el indefinible zumbi­
                                                                                   do de un sueño. Aquel sonido provocaba en mí la idea de
                                                                                   rotación, quizás porque mi imaginación lo relacionaba con
                                                                                   la rueda de un molino. Pero esto duró muy poco, pues, de
                                                                                   pronto, ya no sentía nada. Sin embargo, todavía veía los
                                                                                   labios de los jueces vestidos de negro; más blancos que la
                                                                                   hoja de un papel, grotescamente delgados, con una expre-


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