Page 234 - Narraciones extraordinarias
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instrumentos para escuchar la música de las  horas,  y los            ·osas bellas, extrañas, te1Tibles, licenciosas e incluso, re­
            bailarines cesaban sus movimientos.                                   pugnantes. En resumen, era como una multitud de sueños
                Una perturbación momentánea reconía a todos los asis­             que se movían de un lado a otro, tomando e color de  s
                                                                                                                                      ��
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            tentes y, mientras aún sonaban las campanas, los más efu­             salones, y los ecos de sus pasos parecían venir de la exot1-
            sivos palidecían y los más sensatos y de más edad se pasa              ·a música reinante.
            ban la mano por la frente, como entregándose a una pro                    Y, de tiempo en tiempo, suenan las campanas del reloj
            funda meditación o ensueño.  Sin  embargo,  una vez qu                de ébano y todo vuelve a quedar en silencio, menos la voz
            los ecos del reloj cesaban, suaves risas nacían nuevamentl'           del reloj. Los sueños permanecen rígidos, suspendidos en
            en la asamblea; los músicos se miraban sonriendo, cóm                 vi tiempo. Luego, los ecos -que no han durado más que un
            plices del mutuo nerviosismo, y se prometían que el próxi             1ninuto- se desvanecen y vuelve la risa leve, la música Y se
            mo tañido del reloj no les provocaría el mismo asombr >.              1cavivan los sueños. Los bailarines se mueven más alegres
            Mas, pasados los tres mil seiscientos segundos de la hora,            que nunca, reflejando el color de los cristales a través de
                                                                                                                              _
            se escuchaban otra vez las fatales campanas y  volvía  111             los cuales fluyen los rayos de los braseros.  Sm embargo,
            turbación y el  desconcierto.                                          ninguna máscara se acerca a la sala de terciopelo, pues la
                Pese a lo anterior, la fiesta era alegre y magnífica. 1 �I        noche ha avanzado y la luz se filtra cada vez más roja por
            príncipe tenía un gusto especial: de mirada sensible a lo.             los ventanales color sangre, volviendo aterradoras las col­
            colores, despreciaba los caprichos de la moda. Sus plan'.              p,aduras negras para quien pose un pie en este aposento, en
            eran atrevidos y salvajes,  y sus ideas brillaban con unu              donde el sonido del reloj brota más pesado y solemne que
            fantástico esplendor. Hay quienes lo hubieran tachado dl·              vi que alcanzan a sentir los bailarines de las otras salas.
            loco. Sus amigos cortesanos sabían que no era así; hat (11                 La fiesta continuaba con su alegre torbellino hasta que
            que verlo, tocarlo para estar seguro de esto.                          w oyeron los repiques que anunciaban la medianoche. Calló
                Con ocasión de esta fiesta, el príncipe se había e�crn             vi1Lonces la música, como ya se ha dicho, cesaron los mo­
            gado personalmente de la decoración de los muebles, y s11              vi rnientos de los danzarines y comenzó la ya conocida sen­
            gusto particular había dirigido el estilo de los disfraces. Nn         ·,ación de angustia. Pero el reloj esta vez debía dar doce
            cabía  duda  de  que  eran grotescos:  llenos  d e   detall •          l':tmpanadas y quizás porque ahora tenían más tiempo, se
            deslumbradores, brillantes, otros chocantes y  fantástico.             ,1rnpliaron las meditaciones de los pensativos asistentes,
            Se distinguían figuras arabescas con formas incongru  11               1 11s cuales, entre campanada y campanada, pudieron ad­
            tes; otras fantásticas, dignas de quien ama la locura; habían          vcrli  r dentro de la multitud una máscara que antes no ha-

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