Page 233 - Narraciones extraordinarias
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�� bían d cidido   � o  dejar ningún acceso  a  la desespera­  vitral cuyos colores combinaban con el tono dominante de
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 c10n extenor o sahda al frenesí interior. La abadía estaba  la decoración de la  habitación. La del extremo  oriental,
 ampliamente abastecida. Gracias a estas precauciones, los   por ejemplo, estaba decorada en azul y los ventanales eran
 cortesanos pensaban desafiar el contagio. Que los de afue­  de un azul vivo. La segunda sala era de color púrpura, al
 ra se las arreglaran como pudiesen. Mientras tanto, no va­  igual que las vidrieras. La tercera, verde; la cuarta, total­
 lía la pena  afligirse. El príncipe había  reunido todo lo ne­  mente anaranjada; la quinta, blanca; y la sexta, violeta. El
 ce ari para  deleitar el placer:  bufones, improvisadores,   séptimo salón había sido forrado en terciopelo negro: pa­
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 bailannes, músicos, vino y bellezas. Todo esto más la se­  redes,  techo  y  alfombra.  Sin embargo,  en  esta  sala  los
 guridad se  encontraba  adentro;  afuera  estaba  la  Muerte   vitrales no  correspondían  al tono de la  decoración:  eran
 Roja.   escarlata, de un intenso color sangre.
 Al cumplirse el quinto mes de reclusión, y cuando la  Ahora bien, a pesar de la inmensidad de ornamentos
 peste hacía sus más terribles estragos, el príncipe decidió   de oro esparcidos por  aquí y por  allá, en ninguna de las
 ofrecer  a sus mil amigos un baile de máscaras de la más   siete salas habían lámparas ni candelabros; ni siquiera ve­
 insólita magnificencia.   las. Pero  en los corredores paralelos a la galería y enfren­
 ¡Qué voluptuoso cuadro era  aquel baile! Pero permí­  tados a cada ventanal, se levantaba pesados trípodes con
 tanme que les describa los salones en donde se llevaba a   un ardiente brasero que proyectaba sus rayos a través de
 cabo. Eran siete: una hilera imperial. En la mayoría de los  los cristales de color,  iluminando  cada  salón de manera
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 pala 1os, la sucesión de los salones forma  una larga pers­  deslumbrante. En la  séptima sala  de terciopelo negro, la
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 pectiva e lmea recta cuando las puertas se abren de par en  luz del brasero que se colaba a través de los cristales color
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 par, permitiendo ver  el total de la galería. Pero aquí suce­  sangre, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba
 día algo muy distinto, como era de esperarse de un prínci­  un aspecto tan extraño a los rostros de quienes allí entra­
 pe con gusto  tan extraño. Las habitaciones estaban dís­  ban, que casi nadie se atrevía  a posar sus pies en ella.
 puestas de una manera tan irregular que la visión no podía  En esta misma sala se erguía un enorme reloj de éba­
 abarcar más que una a la vez. Cada veinte o treinta metros   no. Su péndulo se balanceaba con un tic-tac pesado y mo­
 había un brusco recodo, y en cada uno nacía algo diferen­  nótono; y cuando el minutero había completado su ciclo y
 te. A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta   la hora  iba a  sonar,  de sus entrañas de bronce nacía  un
 Y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que   sonido claro, resonante y musical, pero de un timbre tan
 seguía el contorno de los salones. Cada ventana tenía  un   particular que los músicos se veían obligados a dejar sus

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