Page 20 - Narraciones extraordinarias
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señores?  Estos muros están  edificados con  una  gran soli­                            LOS ANTEOJOS
            dez ...
               Entonces, en una fanfarronada imbécil, golpeé con fuer­
            za con mi bastón, precisamente sobre la pared tras la cual
            yacía mi esposa.
               iAh, que Dios me proteja y me libre de las garras del de­
            monio! Apenas se hundió en el silencio el eco de mis golpes,
            una voz respondió desde el fondo de la tumba. Era primero
            una queja velada, entrecortada como el sollozo de un niño.
           Después se convirtió en un gemido prolongado, sonoro y con­
           tinuo, infrahumano; un alarido mitad de horror y mitad de
           triunfo, como solamente podría brotar del infierno. Me sentí          Hace algunos años estuvo de moda ridiculizar lo que llama­
           desfallecer y, tambaleándome, caí contra la pared opuesta.            mos el flechazo en el terreno del amor; pero los que saben
           Los agentes se detuvieron un instante en los escalones. La            pensar, así como los que sienten profundamente, siempre han
           sorpresa y el pavór los habían dejado atónitos. Un momento            abogado por su existencia. En efecto, los modernos descubri­
           después, doce brazos robustos derribaron la pared, que cayó           mientos, en lo que puede llamarse magnetismo, o estática
           a tierra de un golpe. El cadáver, muy desfigurado ya, y cubier­       magnética, nos ofrecen la comprobación de que los más na­
           to de sangre coagulada, apareció rígido ante todos los presen­        tunt!es y, en consecuencia, más verdaderos e intensos afectos
           tes.                                                                  humanos, son los que brotan del corazón como por simpatía
               Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas, y llamean­       eléctrica. En otras palabras, que las más alegres y llevaderas
           do el único ojo, se posaba el terrible animal cuya astucia me         cadenas sentimentales, son las que se remachan con una mi­
           llevó al asesinato, y cuyo aullido revelador me entregaba al          rada. La confesión que me dispongo a hacer, añadirá uno más
           verdugo. iHabía emparedado al monstruo en la tumba!                   a los innumerables ejemplos de esta verdad.
                                                                                     El carácter de mi relato me obliga a ser bastante minucio­
                                                                                 so. Soy todavía muy joven; aún no he cumplido los veintidós
                                                                                 años. Mi apellido, hoy día, es corriente, casi plebeyo: Simp­
                                                                                 son. Y digo "hoy día", porque sólo últimamente he comenza­
                                                                                 do a  llamarme  así.  El motivo  fue  heredar un  importante
                                                                                 legado que me dejó un pariente lejano llamado Adolphus
                                                                                 Simpson. La condición para recibir dicha herencia, fue que
                                                                                 adoptara legalmente el nombre del testador; d nombre de fa-


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