Page 21 - Narraciones extraordinarias
P. 21

señores?  Estos muros están  edificados con  una  gran soli­  LOS ANTEOJOS
 dez ...
 Entonces, en una fanfarronada imbécil, golpeé con fuer­
 za con mi bastón, precisamente sobre la pared tras la cual
 yacía mi esposa.
 iAh, que Dios me proteja y me libre de las garras del de­
 monio! Apenas se hundió en el silencio el eco de mis golpes,
 una voz respondió desde el fondo de la tumba. Era primero
 una queja velada, entrecortada como el sollozo de un niño.
 Después se convirtió en un gemido prolongado, sonoro y con­
 tinuo, infrahumano; un alarido mitad de horror y mitad de
 triunfo, como solamente podría brotar del infierno. Me sentí   Hace algunos años estuvo de moda ridiculizar lo que llama­
 desfallecer y, tambaleándome, caí contra la pared opuesta.   mos el flechazo en el terreno del amor; pero los que saben
 Los agentes se detuvieron un instante en los escalones. La   pensar, así como los que sienten profundamente, siempre han
 sorpresa y el pavór los habían dejado atónitos. Un momento   abogado por su existencia. En efecto, los modernos descubri­
 después, doce brazos robustos derribaron la pared, que cayó   mientos, en lo que puede llamarse magnetismo, o estática
 a tierra de un golpe. El cadáver, muy desfigurado ya, y cubier­  magnética, nos ofrecen la comprobación de que los más na­
 to de sangre coagulada, apareció rígido ante todos los presen­  tunt!es y, en consecuencia, más verdaderos e intensos afectos
 tes.   humanos, son los que brotan del corazón como por simpatía
 Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas, y llamean­  eléctrica. En otras palabras, que las más alegres y llevaderas
 do el único ojo, se posaba el terrible animal cuya astucia me   cadenas sentimentales, son las que se remachan con una mi­
 llevó al asesinato, y cuyo aullido revelador me entregaba al   rada. La confesión que me dispongo a hacer, añadirá uno más
 verdugo. iHabía emparedado al monstruo en la tumba!   a los innumerables ejemplos de esta verdad.
           El carácter de mi relato me obliga a ser bastante minucio­
        so. Soy todavía muy joven; aún no he cumplido los veintidós
        años. Mi apellido, hoy día, es corriente, casi plebeyo: Simp­
        son. Y digo "hoy día", porque sólo últimamente he comenza­
        do a  llamarme  así.  El motivo  fue  heredar un  importante
        legado que me dejó un pariente lejano llamado Adolphus
        Simpson. La condición para recibir dicha herencia, fue que
        adoptara legalmente el nombre del testador; d nombre de fa-


 18                                19
   16   17   18   19   20   21   22   23   24   25   26