Page 199 - Narraciones extraordinarias
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los oscuros vestidos que envolvían su figura, los que die han en todos lados, sobre todas las cosas, visibles, palpa
ron a su imagen un vacilante e indefinido contorno? No bles ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los la
sabría decirlo. No dijo ninguna palabra, y yo por nada del bios pálidos contrayéndose a su alrededor. Entonces, mi
mundo hubiera sido capaz de pronunciar una sola sílaba. monomanía llegó a su máximo grado y hube de hacer gran
Un escalofrío atravesó todo mi cuerpo, me oprimió una des esfuerzos por mantenerme ajeno a su influencia. De
sensación de pavorosa ansiedad, e invadió mi alma una todos los miles de objetos que hay en el mundo, sólo pen
curiosidad aterradora. Recostándome en el sillón, perma saba en aquellos dientes. Los ansiaba furiosamente. Todas
necí inmóvil, sin respirar, contemplando fijamente su fi las demás preocupaciones quedaron postergadas ante esa
gura. ¡Ay! Su delgadez era exagerada, no quedaba ni un unica contemplación. Ellos eran lo único presente en mi
vestigio de lo que anteriormente había sido. mente, y su exclusiva individualidad se transformó en el
Finalmente mi mirada cayó en su rostro: su frente era 11orte de mi vida intelectual. Los examiné en todos los sen
alta, pálida y extrañamente serena; sus cabellos, que ha tidos, estudié su carácter y sus peculiaridades, los analicé
bían sido negros azabache, se rizaban ahora sobre las sie desde todas las perspectivas, reflexioné sobre el cambio
nes hundidas con un reluciente color amarillo, contrastan de su naturaleza; hasta les atribuí, en la imaginación, un
do con la melancolía de su rostro. Sus ojos carecían de poder sensible y consciente e, incluso sin compañía de los
brillo, como si hubieran perdido las pupilas. Sin quererlo labios, una virtud de expresión moral. Se ha dicho de la
esquivé su mirada vidriosa para observar sus labios, del-, señorita Sallé que todos sus pasos eran sentimientos; yo
gados y endurecidos. Y entonces, estos se abrieron y, en puedo asegurar de Berenice que todos sus dientes eran
una somisa, los dientes de la desconocida Berenice se re ideas. ¡Ideas! ¡Ese fue el pensamiento absurdo que me
velaron ante mis ojos. ¡Oh, quisiera no haberlos vista nun destruyó! ¡Ideas! ¡Por eso los deseaba locamente! Sentí
ca, o morir después de contemplarlos! que sólo su posesión me devolvería la paz y la razón.
El golpe de una puerta al cerrarse, me indicó que Y llegó la oscuridad de la noche, y se fue, y amaneció
Berenice se había retirado. Pero ¡ay!, de mi mente no se •I nuevo día, y nuevamente las tinieblas de una segunda
podía apartar la horrible visión de aquellos dientes blan noche se reunieron, y yo seguía inmóvil, sentado en la mis
cos. Ni una imperfección en su superficie, ni una mancha ma habitación, absorto en la meditación, sintiendo la terri
en el esmalte, ni un desgaste en los bordes de esos dientes ble presencia del fantasma de los dientes que con una es
que no se grabara en mi mente. Los veía con más claridad pantosa claridad flotaba a través de las sombras y luces de
que hace un momento. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Esta- la sala. Hasta que, finalmente, un grito de horror y espan-
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