Page 202 - Narraciones extraordinarias
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EL BARRIL DE AMONTILLADO












                                                                                      Había soportado pacientemente y de la mejor manera
                                                                                  posible las mil ofensas que me hacía Fortunato; pero, cuan­
                                                                                  do llegó a insultarme, juré tomar venganza. Ustedes que co­
                                                                                   nocen bien mi naturaleza supondrán que no pronuncié pala­
                                                                                  bra alguna de mi propósito. Me vengaría en el tiempo, esto
                                                                                  t:slaba definitivamente decidido y, por lo mismo, quedaba
                                                                                  t:xcluida toda idea de riesgo. No sólo debía castigar,  sino
                                                                                  castigar impunemente. Un  insulto queda sin reparo cuando
                                                                                  su castigo perjudica al vengador, o cuando no queda com­
                                                                                  pletamente claro para el ofendido quién es su castigador.
                                                                                      Tendrán  que saber que Fortunato no tuvo  jamás  un
                                                                                   motivo para dudar de mi persona, ni sospechar de mis pro­
                                                                                  yectos. Tal como lo planeé, seguía sonriendo en su presen­
                                                                                  cia sin que él advirtiera que mi somisa se originaba en la
                                                                                  idea de quitarle la vida.
                                                                                      Como todo hombre, Fortunato tenía su punto débil;
                                                                                  aunque en otros aspectos era un hombre de respeto, inclu­
                                                                                  so, temido. Se enorgullecía de ser un gran conocedor en
                                                                                  materia de vinos. Son pocos los italianos que realmente se
                                                                                  manejan en esta materia. La mayoría de las veces, el entu-


                                                                                                            201
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