Page 197 - Narraciones extraordinarias
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nativas e irracionales del mal.  Recuerdo, entre otros, el   los mortales. Fiel a su carácter, mi trastorno se concentraba
 tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio, La gran­  en los cambios menos importantes pero más llamativos del
 deza del reino santo de Dios; la gran obra de San Agustín,   físico de mi prima, sobre todo en aquellos que se relacio­
 La ciudad de Dios; y la de Tertuliano, La carne de Cristo,   naban con la espantosa modificación de su identidad.
 cuyo paradójico pasaje: Mortuus est Dei filius: credibile   Yo no la había amado en los días más brillantes de su
 est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia   incomparable belleza, pues en la extraña anomalía de mi
 imposibile est,  *me mantuvo durante largas semanas en   existir, los sentimientos nunca brotaban de mi corazón Y
 una improductiva investigación.   las pasiones siempre nacían de mi mente. En los brumosos
 De esta manera, mi razón, desequilibrada sólo por co­  amaneceres, en las sombras del bosque al mediodía Y en el
 sas triviales, se parecía a aquella roca marina descrita por   silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen se había
 Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques huma­  cruzado ante mis ojos y yo la había visto, no como la
 nos y la furia de las aguas y vientos, pero que temblaba al   13erenice humana, sino como una vaporosa e intangible
 simple contacto con una flor llamada asfódelo. Así, pare­  Berenice de un sueño; no como una mujer terrenal, sino
 cerá sencillo pensar que la extraña y terrible enfermedad   como una abstracción; no como un ser para admirar, sino
 de Berenice me proporcionaba gran cantidad de temas para   que para analizar; no como un objeto de amor, sino como
 el ejercicio de esta meditación tan intensa y anormal, cuya   •I tema de una especulación inconexa y confusa. Y aho-
 naturaleza me ha sido difícil de explicar; sin embargo, no,   ra ... ahora temblaba en su presencia y palidecía si la sen­
 era este el caso. En los intervalos lúcidos de mi enferme­  tía cerca; ahora, lamentando su decadencia, recuerdo que
 dad, la desgracia de Berenice me daba pena, y ,  conmovido   el  la me amó durante mucho tiempo, y que yo, en un desdi­
 por la desaparición de su hermosura y tranquila vida, re­  chado momento, le propuse matrimonio.
 flexionaba con frecuencia sobre los maléficos caminos por   La fecha de nuestro matrimonio se acercaba, cuando,
 los cuales había actuado en ella tan repentina y triste trans­  una tarde de invierno, en uno de esos días imprevistamente
 formación. Pero estas meditaciones no eran parte de la par­  •úlidos, tranquilos y brumosos, en los cuales la atmósfera
 ticularidad de mi mal, sino que correspondían a las que, en   de apariencia tranquila oculta vagos misterios, yo me creía
 las mismas  circunstancias,  hubiesen  tenido  el  común de   solo en la biblioteca; pero, al levantar los ojos, vi ante a mí
         a Berenice.
 * El hijo de Dios está muerto: esto es cierto porque es absurdo; y del  ¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la bru-
 sepulcro resucitó: sólo esto es cierto porque es imposible.  mosa atmósfera, la incierta luz que iluminaba el cuarto, o


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