Page 196 - Narraciones extraordinarias
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nativas e irracionales del mal.  Recuerdo, entre otros, el            los mortales. Fiel a su carácter, mi trastorno se concentraba
            tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio, La gran­           en los cambios menos importantes pero más llamativos del
            deza del reino santo de Dios; la gran obra de San Agustín,            físico de mi prima, sobre todo en aquellos que se relacio­
            La ciudad de Dios; y la de Tertuliano, La carne de Cristo,            naban con la espantosa modificación de su identidad.
            cuyo paradójico pasaje: Mortuus est Dei filius: credibile                 Yo no la había amado en los días más brillantes de su
            est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia         incomparable belleza, pues en la extraña anomalía de mi
           imposibile est,  *me mantuvo durante largas semanas en                 existir, los sentimientos nunca brotaban de mi corazón Y
           una improductiva investigación.                                        las pasiones siempre nacían de mi mente. En los brumosos
               De esta manera, mi razón, desequilibrada sólo por co­              amaneceres, en las sombras del bosque al mediodía Y en el
           sas triviales, se parecía a aquella roca marina descrita por           silencio de mi biblioteca por la noche, su imagen se había
           Ptolomeo Hefestión, que resistía firme los ataques huma­               cruzado ante mis ojos y yo la había visto, no como la
           nos y la furia de las aguas y vientos, pero que temblaba al            13erenice humana, sino como una vaporosa e intangible
           simple contacto con una flor llamada asfódelo. Así, pare­              Berenice de un sueño; no como una mujer terrenal, sino
           cerá sencillo pensar que la extraña y terrible enfermedad              como una abstracción; no como un ser para admirar, sino
           de Berenice me proporcionaba gran cantidad de temas para               que para analizar; no como un objeto de amor, sino como
           el ejercicio de esta meditación tan intensa y anormal, cuya             •I tema de una especulación inconexa y confusa. Y aho-
           naturaleza me ha sido difícil de explicar; sin embargo, no,            ra ... ahora temblaba en su presencia y palidecía si la sen­
           era este el caso. En los intervalos lúcidos de mi enferme­             tía cerca; ahora, lamentando su decadencia, recuerdo que
           dad, la desgracia de Berenice me daba pena, y ,  conmovido             el  la me amó durante mucho tiempo, y que yo, en un desdi­
           por la desaparición de su hermosura y tranquila vida, re­              chado momento, le propuse matrimonio.
           flexionaba con frecuencia sobre los maléficos caminos por                  La fecha de nuestro matrimonio se acercaba, cuando,
           los cuales había actuado en ella tan repentina y triste trans­         una tarde de invierno, en uno de esos días imprevistamente
           formación. Pero estas meditaciones no eran parte de la par­             •úlidos, tranquilos y brumosos, en los cuales la atmósfera
           ticularidad de mi mal, sino que correspondían a las que, en            de apariencia tranquila oculta vagos misterios, yo me creía
          las mismas  circunstancias,  hubiesen  tenido  el  común de             solo en la biblioteca; pero, al levantar los ojos, vi ante a mí
                                                                                  a Berenice.
          * El hijo de Dios está muerto: esto es cierto porque es absurdo; y del      ¿Fue mi imaginación excitada, la influencia de la bru-
          sepulcro resucitó: sólo esto es cierto porque es imposible.             mosa atmósfera, la incierta luz que iluminaba el cuarto, o


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