Page 193 - Narraciones extraordinarias
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de la mansión familiar, en los frescos del salón principal,   1nCts comunes. Las realidades terrenales me afectaban sólo
 en los tapices de los dormitorios, en los grabados de algu­  rnmo visiones, mientras que las extrañas ideas del mundo
 nos pilares de la sala de armas, pero, especialmente, en la   d · los sueños, se transformaban en la única materia e inte-

 � alería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca y,  1  <-s de mi existencia.
 finalmente, en la peculiar naturaleza de sus libros; hay ele­  Berenice y yo éramos primos, y crecimos juntos en la
 mentos más que suficientes para justificar esta creencia.   r;1sa de mis padres. Pero crecimos de maneras muy distin­
 Los recuerdos de mi infancia se relacionan con este   las: yo, enfermizo y envuelto en melancolía; ella, ágil, gra­
 cuarto y sus libros, de los cuales ya no hablaré más. Aquí   riosa, llena de vida; suyos eran los paseos por la colina;
 murió mi madre. Aquí nací yo. Pero debo aclarar que yo   lllÍos, los estudios en la soledad del claustro. Yo vivía en­
 había vivido antes, que el alma tiene una existencia pre­  e -rrado en mí mismo,  entregado en  cuerpo  y alma a la
 via. ¿Lo niegan? No discutiremos sobre este asunto.  Yo   111cditación; ella, vagaba sin preocuparse de la vida,  sin
 e toy convencido, pero no busco convencer a nadie. Hay,  pt;nsar en las sombras del camino ni en el paso de las horas
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 s n embargo, un recuerdo de formas etéreas, de ojos espi­  de alas negras. ¡Berenice! -invoco su nombre-, ¡Berenice!
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 ntuales y expresivos, de sonidos musicales pero tristes, un   Y ante este sonido se conmueven en mí una tumultuosa
 recuerdo que no será abandonado; una memoria como una   t'antidad de recuerdos de las grises ruinas. ¡Ah, acude ante
 sombra, vaga, variable, indefinida, vacilante, y como una   mí la viva imagen de sus primeros días de dicha y alegría!
 sombra también la imposibilidad de librarme de ella mien-'   ¡Oh, encantadora y fantástica belleza! ¡Oh, sílfide en me­
 tras brille la luz de mi razón.   dio del paraíso de Arnheim! ¡Oh, ninfa entre sus fuentes!
 Nací, pues, en la biblioteca. Desperté en una larga no­  Y  después todo es misterio y terror, y un relato que no
 che de lo que parecía ser, sin serlo, la no-existencia; para   debiera ser contado. Una enfermedad mortal cayó sobre
 trasladarme al país de las hadas, al palacio de la imagina­  ella como un tornado y,  mientras yo la contemplaba,  el
 ción, a los salvajes dominios del pensamiento y del saber.   cruel espíritu de la transformación la arruinó, penetrando
 No es extraño que en ese entonces mirara a mi alrededor   en su mente, en sus hábitos, en su carácter y, de una mane­
 con ojos asombrados, que malgastara mi niñez entre libros   ra sutil y terrible, alterando incluso su propia identidad.
 y mi juventud en ensueños; pero sí es raro que, en plena   ¡ Hay!, el destructor iba y venía y la víctima, ¿dónde esta­
 madurez,  aún me encontrara viviendo en la mansión de   ba? Yo ya no reconocía a la verdadera Berenice.
 mis padres; sí, es asombrosa la parálisis que afectó mi vida,   Entre las  numerosas  enfermedades  que provocaron
 asombroso el cambio que se produjo en mis sentimientos   aquel primer espantoso cambio en la moral y en el físico

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