Page 189 - Narraciones extraordinarias
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que sólo esta desdicha produce, me empujó a abrir los pár­  -¿Qué es eso?-respondió una voz áspera.
 pados. Estaba oscuro, todo oscuro. Supe que el ataque ha­  -¿Qué diablos pasa ahora?  -contestó una segunda.
 bía terminado, que había recuperado todas mi facultades;   -¿Por qué aúlla de esa manera?  -agregó un tercero.
 pero todo seguía oscuro, absolutamente negro. Intenté gri­  Y entonces unos hombres muy rústicos me sujetaron
 tar y mi lengua se movió convulsivamente pero ningún   y sacudieron sin piedad. No me despertaron, pues ya lo
 sonido salió de mis pulmones, que se encontraban oprimi­  1·s1aba cuando grité; pero me devolvieron a la plena pose­
 dos y jadeaban en el esfuerzo de cada dolorosa inspira­  •.it'>n de mi memoria.
 ción. Al intentar gritar sentí que mis mandíbulas se encon­  Esta aventura ocuITió en Richmond, en el estado de
 traban atadas, como se hace con los muertos. Sentí tam­  Virginia. Con un amigo habíamos salido de caza y nos en-
 bién la estrechez de mi aposento, que me apretaba por los   1 onlrábamos a las orillas del río James cuando nos sor­
 costados. Finalmente, levanté mis manos que estaban cru­  pn;ndió una tormenta. Nos refugiamos en una vieja lancha
 zadas sobre el pecho y toparon con un madero. No había   1 :1rgada de tiena vegetal. Me acomodé en una pequeña
 duda: me encontraba en un ataúd.   11 lera que no tenía ropa de cama. Su ancho no superaba las
 Y entonces, sumido en una infinita angustia, recordé   dtcciocho pulgadas, por lo que me resultó difícil introdu-
 mis precauciones y me invadió la esperanza. Estiré la pier­  1 irme en ella. Sin embargo, dormí profundamente y toda
 nas para accionar Ia palanca que abría el ataúd, pero mis   111i visión -que no fue sueño ni pesadilla- surgió de la na-
 pies no encontraron nada. Me toqué las muñecas buscan..,   111raleza de mi posición, del giro habitual de mis pensa-
 do la cuerda y no Ia encontré. Al instante extrañé las sua­  111ientos y, principalmente, de mi dificultad para recuperar
 ves almohadas que había dispuesto, sentí Juego un olor a   la conciencia. Los hombres que me zarandearon eran la
 tieITa,  y la esperanza huyó para siempre. La conclusión   1 ri  pul  ación de la lancha y el olor a tiena húmeda era pro­
 era pavorosa: no estaba en mi bóveda. Había sufrido un   ducto del cargamento de ésta.  En cuanto a la venda que
 ataque lejos de casa, frente a desconocidos y ellos me ha­  sujetaba mi mandíbula, era un pañuelo de seda que yo mis-
 bían enteITado como a un peno, metido en ataúd común,   1110 me había puesto a falta de mi habitual goITo de dormir.
 cenado con clavos y arrojado bajo tiena en alguna tumba   De todos modos,  las torturas sufridas eran iguales a
 anónima.   las de una verdadera sepultura. Pero como del Mal provie­
 Cuando me hube convencido de este honib1e destino  '  ne el Bien, sirvieron para mi mejoría. Mi alma adquirió
 intenté gritar una vez más. Exitosamente, un largo y vio-  vigor y confianza. Viajé al extranjero. Hice toda clase de
 lento grito resonó en la noche subterránea.   ·_jercicios. Respiré el aire fresco del exterior.  La muerte

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