Page 188 - Narraciones extraordinarias
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que sólo esta desdicha produce, me empujó a abrir los pár­                -¿Qué es eso?-respondió una voz áspera.
            pados. Estaba oscuro, todo oscuro. Supe que el ataque ha­                 -¿Qué diablos pasa ahora?  -contestó una segunda.
            bía terminado, que había recuperado todas mi facultades;                  -¿Por qué aúlla de esa manera?  -agregó un tercero.
            pero todo seguía oscuro, absolutamente negro. Intenté gri­                Y entonces unos hombres muy rústicos me sujetaron
            tar y mi lengua se movió convulsivamente pero ningún                   y sacudieron sin piedad. No me despertaron, pues ya lo
            sonido salió de mis pulmones, que se encontraban oprimi­              1·s1aba cuando grité; pero me devolvieron a la plena pose­
            dos y jadeaban en el esfuerzo de cada dolorosa inspira­                •.it'>n de mi memoria.
            ción. Al intentar gritar sentí que mis mandíbulas se encon­               Esta aventura ocuITió en Richmond, en el estado de
            traban atadas, como se hace con los muertos. Sentí tam­                Virginia. Con un amigo habíamos salido de caza y nos en-
            bién la estrechez de mi aposento, que me apretaba por los              1 onlrábamos a las orillas del río James cuando nos sor­
            costados. Finalmente, levanté mis manos que estaban cru­               pn;ndió una tormenta. Nos refugiamos en una vieja lancha
            zadas sobre el pecho y toparon con un madero. No había                 1 :1rgada de tiena vegetal. Me acomodé en una pequeña
            duda: me encontraba en un ataúd.                                       11 lera que no tenía ropa de cama. Su ancho no superaba las
                Y entonces, sumido en una infinita angustia, recordé               dtcciocho pulgadas, por lo que me resultó difícil introdu-
           mis precauciones y me invadió la esperanza. Estiré la pier­             1 irme en ella. Sin embargo, dormí profundamente y toda
           nas para accionar Ia palanca que abría el ataúd, pero mis               111i visión -que no fue sueño ni pesadilla- surgió de la na-
           pies no encontraron nada. Me toqué las muñecas buscan..,                111raleza de mi posición, del giro habitual de mis pensa-
           do la cuerda y no Ia encontré. Al instante extrañé las sua­             111ientos y, principalmente, de mi dificultad para recuperar
           ves almohadas que había dispuesto, sentí Juego un olor a                la conciencia. Los hombres que me zarandearon eran la
           tieITa,  y la esperanza huyó para siempre. La conclusión                1 ri  pul  ación de la lancha y el olor a tiena húmeda era pro­
           era pavorosa: no estaba en mi bóveda. Había sufrido un                  ducto del cargamento de ésta.  En cuanto a la venda que
           ataque lejos de casa, frente a desconocidos y ellos me ha­              sujetaba mi mandíbula, era un pañuelo de seda que yo mis-
           bían enteITado como a un peno, metido en ataúd común,                   1110 me había puesto a falta de mi habitual goITo de dormir.
           cenado con clavos y arrojado bajo tiena en alguna tumba                     De todos modos,  las torturas sufridas eran iguales a
           anónima.                                                                las de una verdadera sepultura. Pero como del Mal provie­
               Cuando me hube convencido de este honib1e destino  '                ne el Bien, sirvieron para mi mejoría. Mi alma adquirió
           intenté gritar una vez más. Exitosamente, un largo y vio-               vigor y confianza. Viajé al extranjero. Hice toda clase de
           lento grito resonó en la noche subterránea.                             ·_jercicios. Respiré el aire fresco del exterior.  La muerte

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