Page 130 - Narraciones extraordinarias
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do volvía a casa, me encontré con el teniente G. y le presté               fuerte gruñido, al que siguió un ruido de rascadura en la
          el escarabajo; tendrá que esperar hasta mañana para verlo.                 puerta. Júpiter abrió, y el enorme  TeITanova de Legrand se
          Quédese aquí esta noche, y al amanecer mandaré a Júpiter                   abalanzó sobre mis hombros cargado de caricias, pues yo
          en su búsqueda. ¡Es la cosa más encantadora de la crea­                    siempre le prestaba mucha atención. Cuando acabó de dar
          ción!                                                                      brincos, miré el papel, y, a decir verdad, me sentí perplejo
              -¿Qué cosa? ¿El amanecer?                                              ante el dibujo de mi amigo.
              -¡Qué disparate!  ¡No!  ¡El escarabajo! Es de un bri-                      -Bueno -dije después de contemplarlo unos minutos-;
          llante color dorado, aproximadamente del tamaño de una                     esto es un extraño escarabajo, no he visto nunca nada pare­
          nuez, con dos manchas de un negro azabache: una, cerca                     cido, a menos que sea un cráneo o una calavera, a lo cual se
          de la punta posterior, y la segunda, algo más alargada, en                 parece más que a ninguna otra cosa.
          la otra punta. Las antenas son  ...                                            -¡  Una calavera! -repitió Legrand-. ¡  Oh, sí, bueno, tiene
              -No hay estaño en él,  se  lo aseguro -interrumpió                     ese aspecto indudablemente en el papel. Las dos manchas
          Júpiter-; todo su cuerpo es de oro macizo, menos las alas.                 negras parecen unos ojos,  ¿eh? Y la más larga de abajo
          No he visto nunca un insecto semejante.                                    parece una boca; además, la forma entera es ovalada.
              -Bueno, supongamos que sea así -replicó Legrand-.                          -Quizá sea así -dije-; pero temo que usted no es un
          Pero, ¿es esta una razón para dejar que se queme la cena?                  artista, Legrand. Esperaré a ver el insecto mismo antes de
          El color -y se volvió hacia mí- bastaría para justificar la                hacerme una idea de su aspecto.
          idea de Júpiter. No habrá usted visto nunca un reflejo me­                     -En fin, no sé -dijo él, un poco in-itado-: dibujo regu­
          tálico más brillante que el que emite su caparazón, pero no                larmente, o, al menos, debería dibujar, pues he tenido muy
          podrá juzgarlo sino hasta mañana  ... Entretanto, intentaré                buenos maestros.
          darle una idea de su forma.                                                    -Pero entonces, mi querido compañero, usted bromea
              Dijo esto sentándose ante una mesita sobre la cual ha­                 -elije-: esto es un cráneo casi perfecto; y su escarabajo, si
          bía una pluma y tinta, pero no había papel. Buscó un mo­                   lo es, es el escarabajo más extraño del mundo. Pero ¿dón­
          mento en un cajón, sin encontrarlo.                                        de están las antenas de que me habló?
              -No importa -dijo, por último-; esto bastará.                              -¡Las antenas! -dijo Legrand, que parecía acalorarse
              Y sacó de su bolsillo un viejo y sucio pergamino, so­                  inexplicablemente con el tema-. Estoy seguro de que debe
          bre él trazó un croquis con la pluma. Cuando terminó su                    usted ver las antenas. Las he hecho muy claras.
          dibujo me lo entregó sin levantarse. Al cogerlo, se oyó un                     -Bien, bien -dije-; las puede haber hecho, pero yo no


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