Page 126 - Narraciones extraordinarias
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a los de un demonio soñador.                                                           EL ESCARABAJO DE ORO
          Y la luz de la lámpara que lo ilumina
          proyecta su sombra flotando en el suelo.
          Ya no podrá liberarse. ¡Jamás!
                                                                                                          ¡Hola, hola! ¡Este muchacho es un bailarín loco!
                                                                                                                           Le ha picado la tarántula.
                                                                                                                                   Todo al revés






                                                                                      Hace  muchos  años  trabé  una  íntima  amistad con  Mr.
                                                                                      William Legrand. Era de una antigua familia de hugonotes,
                                                                                      y  en  otro tiempo  había  sido  rico;  pero  una  serie  de
                                                                                       f
                                                                                      inortunios lo dejaron en la miseria. Para evitar la vergüenza
                                                                                      de su precaria situación, abandonó Nueva Orleans, la ciu­
                                                                                      dad de sus antepasados, e instaló su residencia en la isla de
                                                                                      Sullivan, cerca de Charleston, en Carolina del Sur.
                                                                                          Esta isla es muy singular. Se compone únicamente de
                                                                                      arena de mar, y tiene alrededor de tres millas de largo. Su
                                                                                      ancho no excede de un cuarto de milla. Está separada del
                                                                                      continente por una ensenada apenas perceptible, que fluye
                                                                                      a través de un cañaveral habitado por patos silvestres. La
                                                                                      vegetación, como puede suponerse, es pobre, o, a lo me­
                                                                                      nos, diminuta. No se ven árboles de ninguna magnitud.
                                                                                      Cerca  de  la  punta  occidental,  donde se alza el fuerte
                                                                                      Moultrie y algunas miserables casuchas habitadas durante
                                                                                      el verano por la gente que huye del polvo y de la fiebre de
                                                                                      Charleston,  puede  encontrarse,  es  cierto,  una pequeña

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