Page 129 - Narraciones extraordinarias
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palmera; pero toda la isla, a excepción de ese punto occi­  Los inviernos no son muy severos en la isla de Sullivan,
 dental, y de un espacio árido y blancuzco que bordea el   donde encender el fuego es considerado un verdadero acon­
 mar, está cubierta de una espesa maleza de mirto oloroso,   tecimiento. Sin embargo, a mediados de octubre de 18  ...  ,
 tan apreciado por los horticultores ingleses. El arbusto al­  hubo un día de frío notable. Aquel día, antes de la puesta
 canza allí una altura de quince o veinte pies, formando un   del sol, me dirigí a la cabaña de mi amigo, a quien no visi­
 matorral de impenetrable espesura, que perfuma el aire con   taba hacia varias semanas, pues, en aquel tiempo, yo vivía
 su fragancia.   en Charleston, a nueve millas de la isla, y las facilidades
 En el lugar más recóndito de esa maleza, no lejos del   para ir y volver eran bastante menos que las de hoy. Al
 extremo  oriental de la isla,  es  decir,  del más  distante,   llegar a la cabaña llamé, como era mi costumbre, y al no
 Legrand se había construido una pequeña cabaña, que ocu­  recibir respuesta, busqué la llave donde sabía que estaba
 paba cuando nos conocimos casualmente por primera vez.   escondida, y entré. Un hermoso fuego llameaba en el ho­
 Pronto nos convertimos en amigos, pues teníamos muchos   gar. Era una sorpresa bastante agradable. Me quité el abri­
 intereses en común. Era un hombre educado, de una sin­  go, me senté junto al fuego y esperé pacientemente el re­
 gular inteligencia, aunque infestado de misantropía y su­  greso de mis anfitriones.
 jeto a perversos cambios de ánimo, alternando el entusias­  Poco después de la caída de la tarde llegaron y me
 mo con la melancolía. Tenía muchos libros, pero rara vez   saludaron cordialmente. Júpiter preparó unos patos silves­
 los utilizaba. Sus principales diversiones eran la caza y la   tres para la cena. Legrand se hallaba en uno de sus ataques
 pesca, o vagar a lo largo de la playa, entre los mirtos, en   -¿cómo más podría llamarlos?- de entusiasmo. Había en­
 busca de conchas o de ejemplares entomológicos; su co­  contrado un molusco de una especie no clasificada, ade­
 lección de éstos hubiera podido suscitar la envidia de un   más había cazado un escarabajo que creía totalmente nue­
 Swammerdamm.   vo, pero respecto al cual deseaba conocer mi opinión a la
 En todas estas excursiones iba generalmente acompa­  mañana siguiente.
 ñado de un sirviente negro, llamado Júpiter, que había sido   -¿  Y por qué no esta noche? -pregunté-, frotando mis
 liberado de la esclavitud, pero que por su propia voluntad   manos ante el fuego y enviando al diablo toda la especie
 no había querido despegarse de los pasos de su joven se­  de los escarabajos.
 ñor. Quizás los parientes de Legrand, que lo consideraban   -¡Ah, si hubiera sabido que estaba usted aquí! -dijo
 un ser trastornado, contribuyeron a infundir la obstinación   Legrand-.  Pero hace tanto tiempo que no venía, ¿cómo
 de Júpiter, a fin de que lo vigilase y cuidase.   adivinar que me visitaría precisamente esta noche? Cuan-


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