Page 83 - Hamlet
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HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de
                  hipocresía a la virtud, arrebata las flores de la frente hermosa de un inocente amor,
                  colocando un vejigatorio en ella, que hace más pérfidos los votos conyugales que las
                  promesas del tahúr. Una acción que destruye la buena fe, alma de los contratos, y convierte
                  la inefable religión en una compilación frívola de palabras. Una acción, en fin, capaz de
                  inflamar en ira la faz del cielo y trastornar con desorden horrible esta sólida y artificial
                  máquina del mundo, como si se aproximara su fin temido.

                       GERTRUDIS.- ¡Ay de mi! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla, con
                  espantosa voz de trueno?

                       HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos hermanos.
                  ¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos del Sol, la frente como la del
                  mismo Júpiter; su vista imperiosa y amenazadora, como la de Marte; su gentileza,
                  semejante a la del mensajero, Mercurio, cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega
                  a los cielos. ¡Hermosa combinación de formas! Donde cada uno de los Dioses imprimió su
                  carácter para que el mundo admirase tantas perfecciones en un hombre solo. Este fue
                  vuestro esposo. Ved ahora el que sigue. Este es vuestro esposo que como la espiga con
                  tizón destruye la sanidad de su hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias
                  de aquella colina hermosa por el cieno de ese pantano? ¡Ah! ¿Lo veis bien?... Ni podéis
                  llamarlo amor; porque en vuestra edad los hervores de la sangre están ya tibios y obedientes
                  a la prudencia, y ¿qué prudencia desde aquel a este? Sentidos tenéis, que a no ser así no
                  tuvierais afectos; pero esos sentidos deben de padecer letargo profundo. La demencia
                  misma no podría incurrir en tanto error, ni el frenesí tiraniza con tal exceso las sensaciones,
                  que no quede suficiente juicio para saber elegir entre dos objetos, cuya diferencia es tan
                  visible... ¿Qué espíritu infernal os pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto
                  sin la vista, los oídos o el olfato solo, una débil porción de cualquier sentido hubiera
                  bastado a impedir tal estupidez... ¡Oh!, modestia, ¿y no te sonrojas? ¡Rebelde infierno! Si
                  así pudiste inflamar las médulas de una matrona, permite, permite que la virtud en la edad
                  juvenil sea dócil como la cera y se liquide en sus propios fuegos; ni se invoque al pudor
                  para resistir su violencia, puesto que el hielo mismo con tal actividad se enciende y es ya el
                  entendimiento el que prostituye al corazón.

                       GERTRUDIS.- ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a
                  mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán
                  borrarse.

                       HAMLET.- ¡Y permanecer así entre el pestilente sudor de un lecho incestuoso,
                  envilecida en corrupción prodigando caricias de amor en aquella sentina impura!

                       GERTRUDIS.- No más, no más, que esas palabras, como agudos puñales, hieren mis
                  oídos... No más, querido Hamlet.

                       HAMLET.- Un asesino... Un malvado... Vil... Inferior mil veces a vuestro difunto
                  esposo... Escarnio de los Reyes, ratero del imperio y el mando; que robó la preciosa corona
                  y se la guardó en el bolsillo.
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