Page 86 - Hamlet
P. 86
misma de la naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con
maravilloso poder. Buenas noches, y cuando aspiréis de veras la bendición del Cielo,
entonces yo os pediré vuestra bendición... La desgracia de este hombre me aflige en
extremo; pero Dios lo ha querido así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también,
precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde convenga y sabré
justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque soy piadoso debo ser cruel, ve
aquí el primer daño cometido; pero aún es mayor el que después ha de ejecutarse... ¡Ah!
Escuchad otra cosa.
GERTRUDIS.- ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?
HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Rey, hinchado
con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie, apretando lascivo vuestras
mejillas, y os tiente el pecho con sus malditas manos y os bese con negra boca. Agradecida
entonces, declaradle cuanto hay en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo
es artificio. Sí, decídselo, porque ¿cómo es posible que una Reina hermosa, modesta,
prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel gato viejo, murciélago, sapo torpísimo?
¿Cómo sería posible callárselo? Id, y a pesar de la razón y del sigilo, abrid la jaula sobre el
techo de la casa y haced que los pájaros se vuelen, y semejante al mono (tan amigo de hacer
experiencias) meted la cabeza en la trampa, a riesgo de perecer en ella misma.
GERTRUDIS.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y éste anuncia
vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.
HAMLET.- ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?
GERTRUDIS.- ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.
HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos condiscípulos (de
quienes yo me fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van encargados de llevar el mensaje
facilitarme la marcha y conducirme al precipicio. Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho
gusto ver volar al minador con su propio hornillo, y mal irán las cosas; o yo excavaré una
vara no más debajo de las minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh! ¡Es mucho gusto,
cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!... Este hombre me hace ahora su
ganapán..., le llevaré arrastrando a la pieza inmediata. Madre, buenas noches... Por cierto
que el señor Consejero (que fue en vida un hablador impertinente) es ahora bien reposado,
bien serio y taciturno. Vamos, amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con ello.
Buenas noches, madre.
Acto IV