Page 78 - Hamlet
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CLAUDIO.- No, no le quiero aquí; ni conviene a nuestra seguridad dejar libre el campo
a su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente se os despache para que él os
acompañe a Inglaterra. El interés de mi corona no permite ya exponerme a un riesgo tan
inmediato, que crece por instantes en los accesos de su demencia.
GUILLERMO.- Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo y religioso
temor es aquel que procura la existencia de tantos individuos, cuya vida pende de vuestra
Majestad.
RICARDO.- Si es obligación en un particular defender su vida de toda ofensa, por
medio de la fuerza y el arte, ¿cuánto más lo será conservar aquella en quien estriba la
felicidad pública? Cuando llega a faltar el Monarca, no muere él solo, sino que, a manera
de un torrente precipitado, arrebata consigo cuanto le rodea. Como una gran rueda colocada
en la cima del más alto monte, a cuyos enormes rayos están asidas innumerables piezas
menores; que si llega a caer, no hay ninguna de ellas, por más pequeña que sea, que no
padezca igualmente en el total destrozo. Nunca el Soberano exhala un suspiro sin excitar en
su nación general lamento.
CLAUDIO.- Yo os ruego que os prevengáis sin dilación para el viaje. Quiero encadenar
este temor, que ahora camina demasiado libre.
LOS DOS.- Vamos a obedeceros con la mayor prontitud.
Escena XXI
CLAUDIO, POLONIO
POLONIO.- Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a ocultarme detrás
de los tapices para ver el suceso. Es seguro que ella le reprenderá fuertemente, y como vos
mismo habéis observado muy bien, conviene que asista a oír la conversación alguien más
que su madre, que naturalmente le ha de ser parcial, como a todas sucede. Quedaos a Dios,
yo volveré a veros antes que os recojáis para deciros lo que haya pasado.