Page 87 - Hamlet
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Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
Salón de Palacio.
CLAUDIO.- Esos suspiros, esos profundos sollozos, alguna causa tienen, dime cuál es;
conviene que la sepa yo... ¿En dónde está tu hijo?
GERTRUDIS.- Dejadnos solos un instante. ¡Ah! ¡Señor lo que he visto esta noche!
CLAUDIO.- ¿Qué ha sido, Gertrudis? ¿Qué hace Hamlet?
GERTRUDIS.- Furioso está, como el mar y el viento cuando disputan entre sí cuál es
más fuerte. Turbado con la demencia que le agita, oyó algún ruido detrás del tapiz; saca la
espada, grita: un ratón, un ratón, y en su ilusión frenética mató al buen anciano que se
hallaba oculto.
CLAUDIO.- ¡Funesto accidente! Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubiera estado
allí. Ese desenfreno insolente amenaza a todos: a mí, a ti misma, a todos en fin. ¡Oh! ¿Y
cómo disculparemos una acción tan sangrienta? Nos la imputarán sin duda a nosotros,
porque nuestra autoridad debería haber reprimido a ese joven loco, poniéndole en paraje
donde a nadie pudiera ofender. Pero el excesivo amor que le tenemos nos ha impedido
hacer lo que más convenía; bien así como el que padece una enfermedad vergonzosa, que
por no declararla, consiente primero que le devore la substancia vital. ¿Y a dónde ha ido?
GERTRUDIS.- A retirar de allí el difunto cuerpo, y en medio de su locura, llora el error
que ha cometido. Así el oro manifiesta su pureza; aunque mezclado, tal vez, con metales
viles.
CLAUDIO.- Vamos, Gertrudis, y apenas toque el sol la cima de los montes haré que se
embarque y se vaya, entretanto será necesario emplear toda nuestra autoridad y nuestra
prudencia, para ocultar o disculpar, un hecho tan indigno.