Page 297 - Hamlet
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OFELIA.- Yo, señor, no lo sé; pero en verdad lo temo.

                       POLONIO.- ¿Y qué te dijo?

                       OFELIA.- Me asió una mano, y me la apretó fuertemente. Apartose después a la
                  distancia de su brazo, y poniendo, así, la otra mano sobre su frente, fijó la vista en mi rostro
                  recorriéndolo con atención como si hubiese de retratarle. De este modo permaneció largo
                  rato; hasta que por último, sacudiéndome ligeramente el brazo, y moviendo tres veces la
                  cabeza abajo y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció deshacérsele en
                  pedazos el cuerpo, y dar fin a su vida. Hecho esto, me dejó, y levantada la cabeza comenzó
                  a andar, sin valerse de los ojos para hallar el camino; salió de la puerta sin verla, y al pasar
                  por ella, fijó la vista en mí.

                       POLONIO.- Ven conmigo, quiero ver al Rey. Ese es un verdadero éxtasis de amor que
                  siempre fatal a sí mismo, en su exceso violento, inclina la voluntad a empresas temerarias,
                  más que ninguna otra pasión de cuantas debajo del cielo combaten nuestra naturaleza.
                  Mucho siento este accidente. Pero, dime, ¿le has tratado con dureza en estos últimos días?

                       OFELIA.- No señor; sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le he devuelto sus
                  cartas y me he negado a sus visitas.

                       POLONIO.- Y eso basta para haberle trastornado así. Me pesa no haber juzgado con
                  más acierto su pasión. Yo temí que era sólo un artificio suyo para perderte... ¡Sospecha
                  indigna! ¡Eh! Tan propio parece de la edad anciana pasar más allá de lo justo en sus
                  conjeturas, como lo es de la juventud la falta de previsión. Vamos, vamos a ver al Rey.
                  Conviene que lo sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento que pudiera
                  causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo. Vamos.






                  Escena III




                  CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento.




                  Salón de palacio.
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