Page 262 - Hamlet
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dio al teatro, y este ilustre ejemplo arrastró a muchos Poetas, que se llamaron Racinistas. El
partido opuesto, aunque no tenía a su frente tan temible caudillo, se componía no obstante
de literatos de mucho mérito, que prefiriendo lo natural a lo conveniente, lo maravilloso a
lo posible, la fortaleza a la hermosura, los raptos de la fantasía a los movimientos del
corazón, y el ingenio al arte, admirando los aciertos de Corneille, se desentendían de sus
errores e indicaban como segura y única la senda por donde aquel insigne Poeta subió a la
inmortalidad. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos. La multitud de papeles que
diariamente se esparcían por el público, ridiculizando la secta Racinista y apurando para
ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la desesperación y la
envidia; si por un momento excitaban la risa de los lectores, caían después en oscuridad y
desprecio, cuando aparecía en la escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto o el
Mahomet. Entonces se publicó la traducción de Letourneur; impresa por suscripción,
dedicada al Rey de Francia y sostenida por el partido numeroso de aquellos a quienes la
reputación de Voltaire atropellaba y ofendía. Tratose, pues, de exaltar el mérito de
Shakespeare y de presentarle a la Europa culta como el único talento dramático digno de su
admiración, y capaz de disputar la corona a los Eurípides y Sófocles. Así pensaron abatir el
orgullo del moderno trágico francés, y vencerle con armas auxiliares y extranjeras, sin
detenerse mucho a considerar cuán poca satisfacción debía resultarles de una victoria
adquirida por tales medios.
Con estos antecedentes, no será difícil adivinar lo que hizo Letourneur en su versión de
Shakespeare. Reunió en un discurso preliminar y en las notas y observaciones con que
ilustró aquellas obras, cuanto creyó ser favorable a su causa, repitiendo las opiniones de los
más apasionados críticos ingleses en elogio de su compatriota, negándose voluntariamente
a los buenos principios que dictaron la razón y el arte y estableciendo una nueva Poética,
por la cual, no sólo quedan disculpados los extravíos de su idolatrado autor, sino que todos
ellos se erigen en preceptos recomendándolos como dignos de imitación y aplauso.
En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su admirable ingenio,
expresa con acierto las pasiones y defectos humanos, describe y pinta los objetos de la
naturaleza o reflexiona melancólico con profunda y sólida filosofía, allí es fiel la
traducción; pero en aquellos en que se olvida de la fábula que finge, del fin que debió en
ella proponerse, de la situación en que pone a sus personajes, del carácter que les dio, de lo
que dijeron antes, de lo que debe suceder después; y acalorado por una especie de frenesí,
no hay desacierto en que no tropiece y caiga; entonces el traductor francés le abandona y
nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando, substituyendo ideas y
palabras suyas a las que halló en el original; resultando de aquí una traducción pérfida o por
mejor decir, una obra compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no
merece el nombre de traducción.
Lejos, pues, de aprovecharse el traductor español de tales versiones, las ha mirado, con
la desconfianza que debía, y prescindiendo de ellas y de las mal fundadas opiniones de los
que han querido mejorar a Shakespeare con el pretexto de interpretarle, ha formado su
traducción sobre el original mismo; coincidiendo por necesidad con los traductores
franceses, cuando los halló exactos, y apartándose de ellos cuando no lo son, como podrá
conocerlo fácilmente cualquiera que se tome la molestia de cotejarlos.