Page 112 - Hamlet
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HAMLET.- Así es la verdad. La mano que menos trabaja, tiene más delicado el tacto.
SEPULTURERO 1.º.- La edad callada en la huesa
me hundió con mano cruel,
y toda se destruyó
la existencia que gocé.
HAMLET.- Aquella calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella podría también
cantar... ¡Cómo la tira al suelo el pícaro! Como si fuese la quijada con que hizo Caín el
primer homicidio. Y la que está maltratando ahora ese bruto, podría ser muy bien la cabeza
de algún estadista, que acaso pretendió engañar al Cielo mismo. ¿No te parece?
HORACIO.- Bien puede ser.
HAMLET.- O la de algún cortesano, que diría: felicísimos días, Señor Excelentísimo,
¿cómo va de salud, mi venerado Señor? Ésta puede ser la del caballero Fulano, que hacía
grandes elogios del potro del caballero Zutano, para pedírsele prestado después. ¿No puede
ser así?
HORACIO.- Sí, señor.
HAMLET.- ¡Oh! Sí por cierto, y ahora está en poder del señor gusano, estropeada y
hecha pedazos con el azadón de un sepulturero... Grandes revoluciones se hacen aquí, si
hubiera en nosotros, medios para observarlas... Pero, ¿costó acaso tan poco la formación de
estos huesos a la naturaleza, que hayan de servir para que esa gente se divierta en sus
garitos con ellos?... ¡Eh! Los míos se estremecen al considerarlo.
SEPULTURERO 1.º.- Una piqueta
con una azada,
un lienzo donde
revuelto vaya,
y un hoyo en tierra
que le preparan:
para tal huésped
eso le basta.
HAMLET.- Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un letrado? ¿Adónde se
fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpretaciones, sus embrollos? ¿Por qué
sufre ahora que ese bribón, grosero, le golpee contra la pared, con el azadón lleno de
barro?... ¡Y no dirá palabra acerca de un hecho tan criminal! Éste sería, quizás, mientras
vivió, un gran comprador de tierras, con sus obligaciones y reconocimientos, transacciones,
seguridades mutuas, pagos, recibos... Ve aquí el arriendo de sus arriendos, y el cobro de sus
cobranzas; todo ha venido a parar en una calavera llena de lodo. Los títulos de los bienes
que poseyó cabrían difícilmente en su ataúd. Y, no obstante eso, todas las fianzas y
seguridades recíprocas de sus adquisiciones no le han podido asegurar otra posesión que la