Page 115 - Hamlet
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SEPULTURERO 1.º.- ¡Mala peste en él y en sus travesuras!... Una vez me echó un
                  frasco de vino del Rhin por los cabezones... Pues, señor, esta calavera es la calavera de
                  Yorick, el bufón del Rey.

                       HAMLET.- ¿Ésta?

                       SEPULTURERO 1.º.- La misma.

                       HAMLET.- ¡Ay! ¡Pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio..., era un hombre sumamente
                  gracioso de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó mil
                  veces sobre sus hombros... y ahora su vista me llena de horror; y oprimido el pecho
                  palpita... Aquí estuvieron aquellos labios donde yo di besos sin número. ¿Qué se hicieron
                  tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de ordinario animaban
                  la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de músculos, ni aún puedes reírte
                  de tu propia deformidad... Ve al tocador de alguna de nuestras damas y dila, para excitar su
                  risa, que porque se ponga una pulgada de afeite en el rostro; al fin habrá de experimentar
                  esta misma transformación... Dime una cosa, Horacio.

                       HORACIO.- ¿Cuál es, señor?

                       HAMLET.- ¿Crees tú que Alejandro, metido debajo de tierra, tendría esa forma
                  horrible?

                       HORACIO.- Cierto que sí.

                       HAMLET.- Y exhalaría ese mismo hedor... ¡Uh!

                       HORACIO.- Sin diferencia alguna.

                       HAMLET.- En qué abatimiento hemos de parar, ¡Horacio! Y ¿por qué no podría la
                  imaginación seguir las ilustres cenizas de Alejandro, hasta encontrarla tapando la boca de
                  algún barril?

                       HORACIO.- A fe que sería excesiva curiosidad ir a examinarlo.

                       HAMLET.- No, no por cierto. No hay sino irle siguiendo hasta conducirle allí, con
                  probabilidad y sin violencia alguna. Como si dijéramos: Alejandro murió, Alejandro fue
                  sepultado, Alejandro se redujo a polvo, el polvo es tierra, de la tierra hacemos barro... ¿y
                  por qué con este barro en que él está ya convertido, no habrán podido tapar un barril de
                  cerveza? El emperador César, muerto y hecho tierra, puede tapar un agujero para estorbar
                  que pase el aire... ¡Oh!... Y aquella tierra, que tuvo atemorizado el orbe, servirá tal vez de
                  reparar las hendiduras de un tabique, contra las intemperies del invierno... Pero, callemos...
                  hagámonos a un lado, que... sí... Aquí viene el Rey, la Reina, los Grandes... ¿A quién
                  acompañan? ¡Qué ceremonial tan incompleto es éste! Todo ello me anuncia que el difunto
                  que conducen, dio fin a su vida con desesperada mano... Sin duda era persona de calidad...
                  Ocultémonos un poco, y observa.
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