Page 108 - Hamlet
P. 108

descuidado, generoso, incapaz de toda malicia, no reconocerá los floretes; de suerte que te
                  será muy fácil, con poca sutileza que uses, elegir una espada sin botón, y en cualquiera de
                  las jugadas tomar satisfacción de la muerte de tu padre.

                       LAERTES.- Así lo haré, y a ese fin quiero envenenar la espada con cierto ungüento que
                  compré de un charlatán, de cualidad tan mortífera, que mojando un cuchillo en él, adonde
                  quiera que haga sangre introduce la muerte; sin que haya emplasto eficaz que pueda
                  evitarla, por más que se componga de cuantos simples medicinales crecen debajo de la
                  luna. Yo bañaré la punta de mi espada en este veneno, para que apenas le toque, muera.

                       CLAUDIO.- Reflexionemos más sobre esto... Examinemos, qué ocasión, qué medios
                  serán más oportunos a nuestro engaño; porque, si tal vez se malogra, y equivocada la
                  ejecución se descubren los fines, valiera más no haberlo emprendido. Conviene, pues, que
                  este proyecto vaya sostenido con otro segundo, capaz de asegurar el golpe, cuando por el
                  primero no se consiga. Espera... Déjame ver si... Haremos una apuesta solemne sobre
                  vuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación os sintáis acalorados y
                  sedientos (puesto que al fin deberá ser mayor la violencia del combate), él pedirá de beber,
                  y yo le tendré prevenida expresamente una copa, que al gustarla sólo, aunque haya podido
                  librarse de tu espada ungida, veremos cumplido nuestro deseo. Pero... Calla. ¿Qué ruido se
                  escucha?






                  Escena XXIV




                  GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES




                       CLAUDIO.- ¿Qué ocurre de nuevo, amada Reina?

                       GERTRUDIS.- Una desgracia va siempre pisando las ropas de otra; tan inmediatas
                  caminan. Laertes tu hermana acaba de ahogarse.

                       LAERTES.- ¡Ahogada! ¿En dónde? ¡Cielos!

                       GERTRUDIS.- Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas de ese arroyo, repitiendo
                  en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas pálidas. Allí se encaminó, ridículamente
                  coronada de ranúnculos, ortigas, margaritas y luengas flores purpúreas, que entre los
                  sencillos labradores se reconocen bajo una denominación grosera, y las modestas doncellas
   103   104   105   106   107   108   109   110   111   112   113