Page 107 - Hamlet
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movimientos, como si él y su valiente bruto animaran un cuerpo solo, y tanto excedió a mis
                  ideas, que todas las formas y actitudes que yo pude imaginar, no negaron a lo que él hizo.

                       LAERTES.- ¿Decís que era normando?

                       CLAUDIO.- Sí, normando.

                       LAERTES.- Ese es Lamond, sin duda.

                       CLAUDIO.- Él mismo.

                       LAERTES.- Le conozco bien y es la joya más precisa de su nación.

                       CLAUDIO.- Pues éste hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios por tu
                  inteligencia y ejercicio en la esgrima, y la bondad de tu espada en la defensa y el ataque;
                  tanto que dijo alguna vez, que sería un espectáculo admirable el verte lidiar con otro de
                  igual mérito; si pudiera hallarse, puesto que según aseguraba él mismo, los más diestros de
                  su nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites cuando tú esgrimías con ellos.
                  Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada pensó desde entonces sino en solicitar
                  con instancia tu pronto regreso, para batallar contigo. Fuera de esto...

                       LAERTES.- ¿Y qué hay además de eso, señor?

                       CLAUDIO.- Laertes, ¿amaste a tu padre? O eres como las figuras de un lienzo, que tal
                  vez aparentan tristeza en el semblante, cuando las falta un corazón.

                       LAERTES.- ¿Por qué lo preguntáis?

                       CLAUDIO.- No porque piense que no amabas a tu padre; sino porque sé que el amor
                  está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus centellas; según me lo hace
                  ver la experiencia de los sucesos. Existe en medio de la llama de amor una mecha o pábilo
                  que la destruye al fin, nada permanece en un mismo grado de bondad constantemente, pues
                  la salud misma degenerando en plétora perece por su propio exceso. Cuanto nos
                  proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo deseamos, porque la
                  voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece, según las lenguas, las manos y los
                  accidentes que se atraviesan; y entonces, aquel estéril deseo es semejante a un suspiro, que
                  exhalando pródigo el aliento causa daño, en vez de dar alivio... Pero, toquemos en lo vivo
                  de la herida. Hamlet vuelve. ¿Qué acción emprenderías tú para manifestar, más con las
                  obras que con las palabras, que eres digno hijo de tu padre?

                       LAERTES.- ¿Qué haré? Le cortaré la cabeza en el templo mismo.

                       CLAUDIO.- Cierto que no debería un homicida hallar asilo en parte alguna, ni
                  reconocer límites una justa venganza; pero, buen Laertes, haz lo que te diré. Permanece
                  oculto en tu cuarto; cuando llegue Hamlet sabrá que tú has venido; yo le haré acompañar
                  por algunos que alabando tu destreza den un nuevo lustre a los elogios que hizo de ti el
                  francés. Por último, llegaréis a veros; se harán apuestas en favor de uno y otro... Él, que es
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