Page 49 - Socorro_12_cuentos_para_caerse_de_miedo
P. 49

permitieron ver casi nada durante un rato.
                         Aún seguía llorando, reconfortado por aquellas caricias cuando la joven le
                  dijo:
                         —Me llamo Amy y soy tu enfermera. Yo voy a cuidarte mucho, hasta que
                  te restablezcas, al igual que Randolph y Melanie que también son enfermeros.
                         Y la tal Amy le señaló una pareja uniformada de blanco, como ella misma.
                  ¡Oh,  Dios!  Esa  pesadilla  de  ojos  abiertos  parecía  no  tener  fin:  ¡Eran  sus  tíos
                  Wanda y Oliver los que lo contemplaban —sonrientes— mientras se acercaban a
                  su lecho, acomodaban el suero, preparaban algunos medicamentos sobre su mesa
                  de luz, escribían en unas planillas...
                         —¡Cecil! ¡Tío! ¡Tía Wanda! ¡SoyTimothy! ¡SoyTim! ¿No me reconocen?
                  ¿Por qué no me reconocen? ¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mamá!, ¿dónde
                  estás? ¡Socorro!
                         —Doctor Bronson, doctora Caldwell, urgente a la habitación ciento uno,
                  por favor— y Cecil/Amy pulsó una botonera y habló, en reclamo de auxilio para
                  Tim.
                         —Doctor  Bronson,  doctora  Caldwell,  el  paciente  de  la  ciento  uno  ha
                  tenido un nuevo brote de locura. Urgente a la ciento uno, por favor.
                         Recién  entonces  —y  en  mitad  de  sus  gritos—  Tim  advirtió  que  estaba
                  internado en un hospicio.
                         Timothy  Orwell  permaneció  cuarenta  años  confinado  en  ese
                  establecimiento  de  salud  mental,  tiempo  durante  el  cual  fue  amorosamente
                  atendido por el doctor Bronson y la doctora Caldwell hasta que éstos murieron.
                         —El doctor Bronson y la doctora Caldwell... Mi padre y mi madre... Eran
                  mi padre y madre, ¿se da cuenta?, aunque jamás lo admitieron... Fue tortuoso...
                  me reveló mi ocasional compañero de viaje cuando aquel tren londinense llegaba
                  a destino y ya nos preparábamos para bajar.
                         Yo había viajado hasta allí para disfrutar de una beca de estudios en la
                  Universidad local. Un año de estadía en ese paraje, con todos los gastos pasos.
                         No  había  elegido  el  lugar;  me  había  tocado  en  un  sorteo  que  se  había
                  realizado entre cientos de estudiantes avenimos destinados —todos— a distintos
                  países, a diferentes ciudades según la materia que deseábamos perfeccionar. La
                  mía era "Literatura Fantástica".
                         —El  doctor  Bronson  y  la  doctora  Caldwell...  Eran  mis  padres,  ¡mis
                  padres! ¿Puede sentir lo que eso significaría para mí?—seguía contándome mi
                  compañero de viaje.
                         Me estremecí. Recién entonces comprendí todo:
                         —Entonces... usted es...
                         No tuve valor para completar la frase.
                         —Sí—  me  respondió,  mientras  aprestaba  su  equipaje—.  Yo  soy  aquél
                  Timothy Orwell...
                         Me dieron el alta porque —después de cuarenta años— ya muertos mis
                  tíos, mis padres y mi hermana— y con los que —durante todo este tiempo— me
                  hicieron mantener la relación de paciente incurable, acepté la versión oficial de
                  los hechos y no volví a insistir en que yo soy quien soy...
                         —¿Pero qué es lo que —en verdad— sucedió en este pueblo... y allí, en




                                                           49
   44   45   46   47   48   49   50   51   52   53   54