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permitieron ver casi nada durante un rato.
Aún seguía llorando, reconfortado por aquellas caricias cuando la joven le
dijo:
—Me llamo Amy y soy tu enfermera. Yo voy a cuidarte mucho, hasta que
te restablezcas, al igual que Randolph y Melanie que también son enfermeros.
Y la tal Amy le señaló una pareja uniformada de blanco, como ella misma.
¡Oh, Dios! Esa pesadilla de ojos abiertos parecía no tener fin: ¡Eran sus tíos
Wanda y Oliver los que lo contemplaban —sonrientes— mientras se acercaban a
su lecho, acomodaban el suero, preparaban algunos medicamentos sobre su mesa
de luz, escribían en unas planillas...
—¡Cecil! ¡Tío! ¡Tía Wanda! ¡SoyTimothy! ¡SoyTim! ¿No me reconocen?
¿Por qué no me reconocen? ¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mamá!, ¿dónde
estás? ¡Socorro!
—Doctor Bronson, doctora Caldwell, urgente a la habitación ciento uno,
por favor— y Cecil/Amy pulsó una botonera y habló, en reclamo de auxilio para
Tim.
—Doctor Bronson, doctora Caldwell, el paciente de la ciento uno ha
tenido un nuevo brote de locura. Urgente a la ciento uno, por favor.
Recién entonces —y en mitad de sus gritos— Tim advirtió que estaba
internado en un hospicio.
Timothy Orwell permaneció cuarenta años confinado en ese
establecimiento de salud mental, tiempo durante el cual fue amorosamente
atendido por el doctor Bronson y la doctora Caldwell hasta que éstos murieron.
—El doctor Bronson y la doctora Caldwell... Mi padre y mi madre... Eran
mi padre y madre, ¿se da cuenta?, aunque jamás lo admitieron... Fue tortuoso...
me reveló mi ocasional compañero de viaje cuando aquel tren londinense llegaba
a destino y ya nos preparábamos para bajar.
Yo había viajado hasta allí para disfrutar de una beca de estudios en la
Universidad local. Un año de estadía en ese paraje, con todos los gastos pasos.
No había elegido el lugar; me había tocado en un sorteo que se había
realizado entre cientos de estudiantes avenimos destinados —todos— a distintos
países, a diferentes ciudades según la materia que deseábamos perfeccionar. La
mía era "Literatura Fantástica".
—El doctor Bronson y la doctora Caldwell... Eran mis padres, ¡mis
padres! ¿Puede sentir lo que eso significaría para mí?—seguía contándome mi
compañero de viaje.
Me estremecí. Recién entonces comprendí todo:
—Entonces... usted es...
No tuve valor para completar la frase.
—Sí— me respondió, mientras aprestaba su equipaje—. Yo soy aquél
Timothy Orwell...
Me dieron el alta porque —después de cuarenta años— ya muertos mis
tíos, mis padres y mi hermana— y con los que —durante todo este tiempo— me
hicieron mantener la relación de paciente incurable, acepté la versión oficial de
los hechos y no volví a insistir en que yo soy quien soy...
—¿Pero qué es lo que —en verdad— sucedió en este pueblo... y allí, en
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