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modificar  y  que  son  totalmente  vanas  cuando  —como  de  costumbre—  no  se
                  tiene en cuenta esa experiencia para prevenir desgracias futuras.
                         Los  hijos  de  los  más  humildes  —como  Boris  e  Iván—  casi  no  tienen
                  defensores durante sus vidas. Mucho menos después de muertos.
                         El  drama  fue  rápidamente  olvidado  por  los  medios  de  comunicación
                  masiva y por el público consumidor de sus noticias.
                         "Po-bre ma-má... Po-bre pa-pá..."

                         Pasaron veinte años a partir de aquel sábado trágico para Eloy y Cora. Con
                  los corazones destrozados, ambos siguieron trabajando como robots aunque  ya
                  no le encontraban sentido a la existencia.
                         Se esforzaban —sin embargo— para ayudar a criar a varios sobrinos, a
                  medida que su familia del lejano pueblito iba —también— mudándose a la gran
                  ciudad.
                         En  esta  obra  de  solidaridad  con  los  suyos  encontraban  —a  veces—  un
                  poco de alivio para su dolor.
                         No quisieron tener más hijos. El recuerdo de Boris e Iván se mantenía en
                  ellos con una nitidez tal que sentían que ambas criaturas andaban por allí, con sus
                  almitas en puntas de pies deslizándose por la casa, acompañándolos —como en
                  el pasado— eternamente niños.
                         De tanto en tanto, a Cora le parecía oír su voces y la tristeza la ahogaba —
                  entonces— con la misma intensidad que aquel día en que los había perdido para
                  siempre.
                         "Po-bre ma-má..."
                         "Po-bre pa-pá..."

                         Lejos de la modesta casa de los Molina  —en una pensión de las tantas
                  cercanas  al  centro  de  la  gran  ciudad—,  vivía  el  hombre  a  raíz  de  cuyo  robo
                  habían muerto Iván y Boris. En total impunidad de su delito.
                         No  le  había  ido  mal  económicamente,  astuto  ladrón  como  se  había
                  convertido,  con  banda  propia  y  todo.  Sin  embargo,  jugador  empedernido,  el
                  dinero le duraba lo que un suspiro.
                         Todos creían que esta situación de continua escasez era la causante de su
                  malhumor, de  su carácter hosco, huraño.  ¿Quién iba a imaginar  que un sujeto
                  despreciable  como  aquél  viviera  —como  vivía—  torturado  por  los
                  remordimientos?
                         Los  años  no  lograban  traerle  la  paz,  aunque  desde  que  aquello  había
                  sucedido se repetía que él no era culpable, que el accidente era producto de la
                  fatalidad,  que  ni  loco  hubiera  pensado  en  hacer  tanto  daño...  Si  hasta  había
                  devuelto el bolso, arrojándolo de manera anónima en el jardín de los Molina dos
                  noches después de la tragedia y con casi la mitad de los billetes robados...
                         —No voy a olvidarlo mientras viva, canejo... —se decía, atormentado por
                  la culpa y por el vino—. No voy a olvidarlo....
                         Entonces  —en  su  delirio—  le  parecía  escuchar  que  unas  vocecitas  le
                  susurraban lentamente: "No-so-tros tam-po-co...".
                         Muchas veces —a lo largo de esos años— había tenido la sensación de




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