Page 15 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                             El fin de un vuelo


























                       El   gato   grande,   negro   y   gordo   tomaba   el   sol   en   el   balcón,
                  ronroneando   y   meditando   acerca   de   lo   bien   que   se   estaba   allí,
                  recibiendo los cálidos rayos panza arriba, con las cuatro patas muy
                  encogidas y el rabo estirado.
                       En el preciso momento en que giraba perezosamente el cuerpo
                  para que el sol le calentara el lomo, escuchó el zumbido provocado
                  por un objeto volador que no supo identificar y que se acercaba a
                  gran velocidad. Alerta, dio un salto, se paró sobre las cuatro patas y
                  apenas alcanzó a echarse a un lado para esquivar a la gaviota que
                  cayó en el balcón.
                       Era un ave muy sucia. Tenía todo el cuerpo impregnado de una
                  sustancia oscura y maloliente.
                       Zorbas se acercó y la gaviota intentó incorporarse arrastrando las
                  alas.
                       —No ha sido un aterrizaje muy elegante —maulló.
                       —Lo siento. No pude evitarlo —reconoció la gaviota.
                       —Oye, te ves fatal. ¿Qué es eso que tienes en el cuerpo? ¡Y cómo
                  apestas! —maulló Zorbas.
                       —Me ha alcanzado una marea negra. La peste negra. La maldición
                  de los mares. Voy a morir —graznó quejumbrosa la gaviota.
                       —¿Morir? No digas eso. Estás cansada y sucia. Eso es todo. ¿Por
                  qué   no   vuelas   hasta   el   zoo?   No   está   lejos   de   aquí   y   allí   hay
                  veterinarios que podrán ayudarte —maulló Zorbas.
                       —No puedo. Ha sido mi vuelo final —graznó la gaviota con voz
                  casi inaudible, y cerró los ojos.
                       —¡No te mueras! Descansa un poco y verás como te repones.
                  ¿Tienes hambre? Te traeré un poco de mi comida, pero no te mueras
                  —pidió Zorbas acercándose a la desfallecida gaviota.
                       Venciendo   la  repugnancia,   el  gato  le   lamió   la  cabeza.   Aquella
                  sustancia que la cubría sabía además horrible. Al pasarle la lengua






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