Page 19 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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—Lo sentimos mucho, pero si no ha hecho reserva no podremos
                  atenderlo. Estamos al completo —maulló a manera de saludo. Iba a
                  agregar algo más, pero Zorbas lo detuvo.
                       —Necesito maullar con Colonello. Es urgente.
                       —¡Urgente!   ¡Siempre   con   urgencias   de   última   hora!   Veré   qué
                  puedo hacer, pero sólo porque se trata de una urgencia —maulló
                  Secretario y regresó al interior del restaurante.
                       Colonello era un gato de edad indefinible.  Algunos decían que
                  tenía   tantos   años   como   el   restaurante   que   lo   cobijaba;   otros
                  sostenían que era más viejo todavía. Pero su edad no importaba,
                  porque Colonello poseía un curioso talento para aconsejar a los que
                  se encontraban en dificultades y, aunque él jamás solucionaba ningún
                  conflicto,   sus   consejos   por   lo   menos   reconfortaban.   Por   viejo   y
                  talentoso, Colonello era toda una autoridad entre los gatos del puerto.
                       Secretario regresó a la carrera.
                       —Sígueme. Colonello te recibirá, excepcionalmente —maulló.
                       Zorbas lo siguió. Pasando bajo las mesas y las sillas del comedor
                  llegaron hasta la puerta de la bodega. Bajaron a saltos los peldaños
                  de una estrecha escalera y abajo encontraron a Colonello, con el rabo
                  muy erguido, revisando los corchos de unas botellas de champagne.
                       —Porca   miseria!  Los   ratones   han   roído   los   corchos   del   mejor
                  champagne de la casa. ¡Zorbas! Caro amico! —saludó Colonello, que
                  acostumbraba a maullar palabras en italiano.
                       —Disculpa que te moleste en pleno trabajo, pero tengo un grave
                  problema y necesito de tus consejos —maulló Zorbas.
                       —Estoy   para   servirte,  caro   amico.   ¡Secretario!   Sírvale   al  mio
                  amico un poco de esa lasagna al forno que nos dieron por la mañana
                  —ordenó Colonello.
                       —¡Pero si se la comió toda! ¡No me dejó ni olerla! —se quejó
                  Secretario.
                       Zorbas   se  lo  agradeció,   pero no  tenía  hambre,  y  rápidamente
                  refirió la accidentada llegada de la gaviota, su lamentable estado y
                  las promesas que se viera obligado a hacerle. El viejo gato escuchó
                  en silencio, luego meditó mientras acariciaba sus largos bigotes y
                  finalmente maulló enérgico:
                       —Porca miseria! Hay que ayudar a esa pobre gaviota a que pueda
                  emprender el vuelo.
                       —Sí, ¿pero cómo? —maulló Zorbas.
                       —Lo mejor será consultar a Sabelotodo —indicó Secretario.
                       —Es exactamente lo que iba a sugerir. ¿Por qué me sacará éste
                  los maullidos de la boca? —reclamó Colonello.
                       —Sí. Es una buena idea. Iré a ver a Sabelotodo —maulló Zorbas.
                       —Iremos   todos.   Los   problemas   de   un   gato   del   puerto   son
                  problemas de todos los gatos del puerto —declaró solemne Colonello.
                       Los tres gatos salieron de la bodega y, cruzando el laberinto de
                  patios interiores de las casas alineadas frente al puerto, corrieron
                  hacia el templo de Sabelotodo.








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