Page 18 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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En busca de consejo
Zorbas bajó rápidamente por el tronco del castaño, cruzó el patio
interior a toda prisa para evitar ser visto por unos perros vagabundos,
salió a la calle, se aseguró de que no venía ningún auto, la cruzó y
corrió en dirección del Cuneo, un restaurante italiano del puerto.
Dos gatos que husmeaban en un cubo de basura lo vieron pasar.
—¡Ay, compadre! ¿Ve lo mismo que yo? Pero qué gordito tan lindo
—maulló uno.
—Sí, compadre. Y qué negro es. Más que una bolita de grasa
parece una bolita de alquitrán. ¿Adónde vas, bolita de alquitrán? —
preguntó el otro.
Aunque iba muy preocupado por la gaviota, Zorbas no estaba
dispuesto a dejar pasar las provocaciones de esos dos facinerosos. De
tal manera que detuvo la carrera, erizó la piel del lomo y saltó sobre
el cubo de basura.
Lentamente estiró una pata delantera, sacó una garra larga como
una cerilla, y la acercó a la cara de uno de los provocadores.
—¿Te gusta? Pues tengo nueve más. ¿Quieres probarlas en el
espinazo? —maulló con toda calma.
Con la garra frente a los ojos, el gato tragó saliva antes de
responder.
—No, jefe. ¡Qué día tan bonito! ¿No le parece? —maulló sin dejar
de mirar la garra.
—¿Y tú? ¿Qué me dices? —increpó Zorbas al otro gato.
—Yo también digo que hace buen día, agradable para pasear,
aunque un poquito frío.
Arreglado el asunto, Zorbas retomó el camino hasta llegar frente
a la puerta del restaurante. Dentro, los mozos disponían las mesas
para los comensales del mediodía. Zorbas maulló tres veces y esperó
sentado en el rellano. A los pocos minutos se le acercó Secretario, un
gato romano muy flaco y con apenas dos bigotes, uno a cada lado de
la nariz.
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