Page 20 - Terror en el sexto B - Mayo - 6to Básico
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—Piiiii  —volvía  a  trinar  el  silbato—.  Dos  vueltas  a  la  cancha,  trotando.  Muévanse,
            jovencitas, que esto no es un desfile de modas en el Club Social. Y usted, señorita, no se quede
            atrás. Ándele, a ver si quema esos kilitos de más...
               Y Juliana trotaba. Y trataba con todas sus fuerzas de  no quedarse atrás, pero llegaba de
            última. Lenta, pesada e infeliz, era siempre la última de la fila.
               Hasta  que  ese  día,  un  martes  trece  de  abril,  Juliana  amaneció  distinta.  Estaba  de  malas
            pulgas. Y sin saber cómo ni de dónde, sacó fuerzas y tomó la decisión más importante de su
            vida. Por eso no pareció inmutarse con el silbato del profesor en sus oídos y se quedó parada
            en su sitio durante las treinta veces en que  el entrenador trató inútilmente de organizar su
            dichosa  fila  con  ella  ahí  atravesada.  También  sus  compañeras  intentaron,  por  todos  los
            medios, hacerla mover, hasta que se dieron por vencidas. Y les tocó trazar una línea recta con
            Juliana Rueda como único punto de referencia.
               El entrenador, desconcertado, hacía sonar su silbato con más fuerza que nunca. Pero era
            inútil. Juliana no lo escuchaba. Parecía sorda. Entonces, desesperado, empezó a hacer gestos y
            a mover las manos enfrente de ella, igualito a un policía de tránsito. Pero era inútil. Juliana no
            lo veía. Parecía ciega.








































               El profesor llegó a preocuparse. Se  puso pálido y  se  acercó a Juliana a  ver si respiraba.
            Después le tomó el pulso, para descartar cualquier problema médico. Y cuando vio que todo
            era normal, se sintió con el derecho de  estar más bravo que  nunca. Entonces empezaron a
            salir  por  su  boca  todas  las  burlas  y  los  regaños  que  les  había  ido  soltando  a  sus  alumnos
            durante veinte años de experiencia. También eso resultó inútil. Juliana no se puso colorada.
            Estaba inmóvil e inexpresiva. Parecía de piedra.
               Ahora  era  el  profesor  el  que  estaba  colorado  como  un  tomate.  Colorado  y  furibundo.
            Empezó con las amenazas. Primero le anunció un cero en disciplina. Luego lo pensó mejor y
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