Page 22 - Terror en el sexto B - Mayo - 6to Básico
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Saber perder
Esta vez, estaba seguro de ganar. Había entrenado tanto... Se levantaba cuando todos
dormían y trotaba hasta que salía el sol. Cincuenta vueltas, o a veces más, a la manzana.
Cincuenta flexiones antes del desayuno. Cereal, jugo de naranja y pan integral sin mermelada
ni mantequilla. Luego, una ducha fría y quedaba listo. Salía al paradero, tomaba el bus del
colegio y empezaba un largo paréntesis en sus días, antes del entrenamiento de natación.
Sólo pensando en el entrenamiento podía soportar la clase de matemáticas, siempre a la
primera hora. Y el desfile interminable de las otras materias: español, inglés, sociales,
comportamiento y salud, etcétera, etcétera. El colegio era un mal necesario. Lo toleraba
apenas como un lugar de paso, como una sala de espera antes de la aventura diaria. La
natación en cambio, era su vida.
Todas las tardes, de cuatro a seis, el resto del mundo quedaba atrás. Y su cuerpo, liviano y
poderoso, se imponía pruebas, superaba obstáculos, batía récords... En el azul de la piscina, él
era un héroe y lo sabía. Por eso seguía al pie de la letra todas las instrucciones del entrenador.
Por eso aguantaba también sus regaños y sus "Tú puedes hacerlo mejor", que a veces le
sonaban tan injustos. Una cosa era estar afuera, dando órdenes y otra muy distinta era estar
ahí, metido de cabeza entre el agua. Nadando sin parar. De una orilla hasta la otra, una y cien
veces. Día tras día.
Valía la pena. Primero fue del equipo de primaria; después representó al colegio en las
competencias intercolegiales. Ganó medalla de bronce, pero muchos dijeron que llegaría más
lejos. Tiene enormes posibilidades", decían, y hablaban de él como si fuera un gran deportista.
Algunas veces se lo creía. Otras, pensaba que no era para tanto. Según el ánimo, porque había
días terribles en los que el mundo se derrumbaba y él no era lo que se dice "un tipo seguro de
sí mismo".
Qué va. No era el millonario ni el mejor de la clase. No tenía los músculos de Pini11a, ni la
estatura dé Garávito. No sabía bailar, nunca le prestaban el carro y escasamente se afeitaba
una vez al mes. No tenía novia, se moría del susto, pero desde que logró ser del equipo,
muchas cosas empezaron a cambiar. Sus compañeros lo miraban con otros ojos. Sobre todo
Natalia, que era del equipo de barras. Los ojos de Natalia...
En el fondo, siempre había esperado un milagro. O un golpe de suerte. Y algo le decía que
había llegado su hora. Esta vez, en el Campeonato Nacional, estaba seguro de ganar. Había
entrenado tanto...
La cuenta regresiva empezó. Primero, faltaba un mes. Luego, quince días. De pronto, sólo
una semana. Hasta que por fin llegó la hora. Como llegan todas. Y, cuando se dio cuenta,
estaba ahí sentado, temblando de pies a cabeza. Desde el camerino escuchó cómo llegaba la
gente. Oyó las barras, los aplausos y los gritos del público. Con gusto habría cambiado todos
los entrenamientos, las flexiones y las pruebas de resistencia, por ese instante horrible que le
quedaba, antes de entrar a la piscina olímpica. Tenía ganas de salir corriendo. Deseó, con
todas sus fuerzas, un terremoto o una bomba atómica. Quería morirse, del miedo que tenía.
Paralizado, oyó que lo llamaban por el parlante, con su nombre y su apellido:
—"Federico Nieto" —anunció una voz en el micrófono.
No había duda de que era él. El mismo Federico Nieto de toda la vida. ¡Qué extraño le
sonaba ahora su nombre!