Page 25 - Terror en el sexto B - Mayo - 6to Básico
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Un amor demasiado grande


               Desde pequeño fue un gigante. La talla más grande de zapatos. El más alto de la aula. El
            peso pesado del equipo de basketball. Cuando Mauricio se caía, la tierra  entera sonaba. Se
            estremecía con el golpe.
               Era  exagerado,  desproporcionado,  colosal...  Desocupaba  la  nevera  en  cada  comida  y
            siempre se quedaba con hambre. Un tipo fuera de lo común. Tenía quince años y no paraba
            nunca de crecer.
               Un  día  se  enamoró.  Como  un  loco.  Del todo.  Con  sus  manazas  arrancaba  las  flores  del
            jardín y luego, temblando, las dejaba en la puerta de la casa de Juanita. No se atrevía a poner
            la cara. No le dirigía la palabra, de tanto amor que le tenía guardado. Sólo le hablaba con los
            ojos.  La  miraba  de  día  y  de  noche.  En  la  clase,  ella  sentía  unos  ojos  fijos  en  su  espalda.
            Cuando dormía, también tenía la sensación de que alguien la estaba espiando
               Y era cierto. El gigante se pasaba las horas en frente de su ventana. Detrás del árbol  de
            cerezas, la cuidaba. La acompañaba a hacer tareas. La esperaba a que comiera y le contaba
            historias para dormir. Cuando Juanita apagaba la luz, él le cantaba serenatas con su enorme
            voz de tarro. No regresaba a casa hasta que presentía sus sueños. Nunca volvió a hacer tareas
            ni a entrenar con el equipo. Rara vez alguien se encontraba con él. Era apenas una sombra.
            Una sombra gigantesca.
               Empezó  a tener  problemas.  En  el  colegio,  perdió  siete  materias.  En  la  casa,  nadie  sabía
            dónde pasaba los atardeceres ni las noches heladas. Llegaba tardísimo, con sus enormes pasos
            de  fantasma.  Escasamente  dormía.  Se  veía  cansado,  ausente,  en  otro  mundo.  Y  era  cierto:
            vivía en el mundo de Juanita. Escondido como un ladrón, detrás de su ventana.
               Entonces decidió ponerle fin a ese asunto. Tenía que buscar una forma de hablar con ella. Y
            justo  ahí  empezaba  el  problema.  Él  era  un  hombre  de  pocas  palabras.  Todavía  se  ponía
            colorado cuando le tocaba "participar" en clase. Ni pensar en lo que sería una conversación
            con Juanita. Quizás podría empezar con una frase común y corriente... Algo así como "Hola,
            Juanita. Hace un hermoso día"... (¿Era eso común y corriente?). Mauricio ensayaba y dudaba.
            Y como no tenía experiencia en conversación, se dedicó a la tarea de escuchar lo que decía la
            gente. Durante todos los recreos, se sentaba estratégicamente al lado de las parejas de novios

            o de amigos que había en su curso. Parecía un espía, con su cuaderno de notas, listo a atrapar
            en el aire cualquier frase interesante. Algo que le permitiera romper el hielo. Así coleccionó
            un montón de diálogos ajenos:
               —¿Qué has hecho?
               —Nada especial. ¿Y tú?
               —Pensarte.
               —¿Qué vas a hacer mañana?
               —Ni idea. ¿Por qué?
               —¿Te gustaría ir al cine?
               (....)
               Llenó páginas enteras con frases de ese estilo. Pero a la hora de la verdad, ninguna le servía
            de nada. Le faltaba lo único importante: llenarse de valor y simplemente hablar con ella. Un
            día, por fin, se atrevió a saludarla. La esperó en la puerta del colegio hasta que la vio llegar.
            Con un hilo de voz le alcanzó a decir "Hola, Juanita".
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