Page 11 - Terror en el sexto B - Mayo - 6to Básico
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Un árbol terminantemente prohibido

               En mi colegio hay muchas cosas terminantemente prohibidas. No se pueden traer radios ni
            zapatos de colores. Tampoco se pueden usar las medias por debajo de la rodilla ni la falda por
            encima de la medida. Está prohibido subirse a los árboles, hacer guerra de agua, dejar comida
            en el plato, pintar en el tablero, leer comics, reírse en clase, etcétera, etcétera.
               Pero entre las mil trescientas prohibiciones del reglamento, hay una escrita con mayúsculas
            y subrayada: no se puede traer ni comer ni vender ni comprar ni mascar chicle. Es el peor
            enemigo de los profesores, quién sabe por qué. Los chocolates, las paletas y toda la familia de
            los  caramelos  están  permitidos.  El  chicle  no.  Y  si  a  uno  lo  pillan  haciendo  una  bomba  o
            simplemente  saboreando  con  suavidad  una  insignificante  "goma  de  mascar",  le  arman  un
            escáldalo casi igual al que forman por rajarse en disciplina.
               Por eso nos hemos inventado muchas formas de esconder los chicles... Debajo del paladar
            o del pupitre, detrás de las orejas, a veces en la suela del zapato o en otros escondites que
            seguro ustedes imaginan, pero que por simple prudencia, es mejor no escribir en esta página
            (nunca se sabe quién pueda llegar a leer estos cuentos...)
               Pues resulta que detrás de la ventana de nuestro salón, en el huerto, había un escondite a
            prueba de lluvia y de profesores. Allá enterrábamos todos los cauchos de  chicle  del curso,
            hasta que un día apareció una matica misteriosa...
               El lunes, cuando Acevedo la descubrió, no medía más  de 30 centímetros y sus  hojas de
            color violeta se  veían equivocadas en medio de tantas margaritas. El martes, a la  hora  del
            recreo, se había convertido en un árbol respetable de uno con treinta de estatura y el jueves

            por la tarde ya era mucho más alto que el sauce llorón del patio.
               Entonces el profesor de biología llamó al Jardín Botánico y el lunes siguiente llegaron siete
            sabios a examinar el árbol de pies a cabeza. Hubo muchas discusiones a la hora de clasificarlo.
            Algunos decían que era una variedad del eucaliptus, por el aroma de sus hojas. Otros creían
            que era un pariente de la familia de los robles, por la firmeza de su tronco, y no faltó quien se
            atreviera a confundirlo con una palma africana.
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